sábado, 25 de febrero de 2012

Un epitafio

La tendencia paródica de Mario Loppo alterna frecuentemente con el homenaje. Es el caso del soneto suyo que hoy publico. Sobre el soneto de Francisco de Quevedo “Sepulcro de Jasón, el Argonauta. Habla en él un pedazo de la Entena de su Nave, en cuya figura se supone esta Prosopopeya”, en la versión de 1603, que reproduzco a continuación

Mi madre tuve entre ásperas montañas,
Si inútil con la edad soy seco leño;
Mi sombra fue regalo a más de un sueño,
Supliendo al jornalero sus cabañas.

Del viento desprecié sonoras sañas,
Y al encogido Invierno el cano ceño,
Hasta que a la segur, villano dueño
Dio licencia de herirme las entrañas.

Al mar di remos, a la patria fría
De los granizos velas; fui el primero
Que acompañó del hombre la osadía.

¡Oh amigo caminante, oh pasajero,
Dile blandas palabras este día
Al polvo de Jasón mi marinero!

escribe Mario Loppo el suyo reproduciendo, con alguna licencia, el modelo sintáctico del original, y con un desarrollo argumental, igualmente en forma de epitafio, bien que de tema diferente, muy semejante:

Mi vida puse en cínicos amores;
si terco del placer tengo un resabio,
mi labio dio silencio a más de un labio,
y dispensó más fuego a sus ardores.

Del tiempo deshojé las rojas flores,
mas dejé descuidado el huerto sabio
hasta que al corazón oscuro agravio
fue causa de negarse a más errores.

Al sol di huesos, a la obra andada
de mi episodio, letra; el desvarío
cavó mi fosa hasta la última jornada.

¡Oh tú, rival o amigo, oh lector mío,
recuerda que la vida, que no es nada,
será nada, como en el mar el río!

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