jueves, 30 de agosto de 2012

Ana Red


Me preguntan por Ana, que quién, que cómo, que de dónde. Y yo: que sin por qué ni cuándo. Si ella misma no me autoriza a revelar su identidad, nada puedo decir yo. Como la rosa de Angelus Silesius, no desea ser vista:

La rosa es sin porqué, florece porque florece,
no se cuida de sí misma, no pregunta si se la ve.




Como esa misma rosa roja, Ana florece en un jardín privado, y existe aun si mis ojos no quisieran verla, y aun si para que exista debo decirle al oído que no existe:

Amo de vos lo que de vos redacto,
no lo que afecto, porque nada afecto,
pues todo lo que escribo el intelecto
me lo dictó, no el corazón ni el tacto.
Con vos –ya lo sabéis– consigné un pacto:
ni vos de mí veréis nunca el aspecto
ni yo jamás haré hasta vos trayecto
por bien de procurar vuestro contacto.
Me muestro –juzgaréis– con vos estricto,
mas recordadlo siempre: dais conducto
a mi imaginación. Yo soy convicto
de este raro deseo, este reducto,
sombra del paraíso, de este invicto
amor sin piel ni adiós y sin producto.

Y escribo estas torpes líneas –desdichado remedo de las habilidosas rimas de Mario Loppo, modelo, en vano, de mis estériles devaneos con la poesía– como una suerte de exorcismo, de manera que al menos sí pueda seguir el consejo de Silesius:

Freund meide was dir Lieb, fleuch was dein Sinn begehrt.
(Amigo, evita lo que te inspira amor, huye de lo que tu alma ansía.)

lunes, 27 de agosto de 2012

Va de bichos (V)


Anteriormente habían sido publicados aquí los tres primeros sonetos de esta serie: la inicial “Elegía a una tortuga de tierra” («Tan solo ayer rozabas la maleza»), de Rafael, el soneto de Mario Loppo «Me sale qué sé yo como del pecho» y, finalmente, la contrarréplica de Rafael, «Mario, tu pretensión de dar consuelo», que contenía ese dístico que no deja de perturbarme:

como una margarita se despoja
del sí y el no del pobre amante lelo

Corresponde ahora, por tanto, la respuesta del doctor Loppo, un soneto, de nuevo, que formalmente sigue casi exactamente el conocido «Cerrar podrá mis ojos la postrera...» de Quevedo, aunque la naturaleza cacofónica de sus rimas (-echo, -ugas, -ucha, -icha), su léxico y, me temo, su intención, lo alejan considerablemente del tono elegíaco del modelo.

El texto, por otra parte, presenta alguna curiosidad (de nuevo pido disculpas por mi lenguaje poco especializado) en cuanto a su contenido, sobre todo por las referencias musicales (Johann Sebastian Bach y Franz Schubert) y de la filosofía antigua (Zenón). Entiendo que la alusión a Bach y a sus preludios y fugas (verso segundo) está motivada por el mosaico de pentágonos que se dibuja en la concha de muchas tortugas. De ahí también, muy probablemente, la carrera infinita de Aquiles y la tortuga en la célebre paradoja de Zenón. En cuanto a la de Schubert, aunque intuyo interpretaciones más complejas y elaboradas, me inclino por una más superficial, la simple asociación con otro “bicho”, en este caso la trucha de su quinteto en la mayor, D. 667.

En cualquier caso, rechazo la tentación de seguir haciendo más conjeturas tal vez completamente desacertadas, y reproduzco el soneto de Mario Loppo:


Callar podrá tus labios el deshecho
orden de los preludios y las fugas
y podrá dibujarse en tus arrugas
el cansancio del tiempo, y con derecho.

Mas no de tu recuerdo un contrahecho
emblema quedará. Sol de tortugas:
labrar sabe mi verso tus lechugas
y no trocar tu concha en berberecho.

Bicho, en cuyo esqueleto aún Bach se escucha,
concha que fue de Aquiles tan mal dicha,
urna inicial, que Franz cambió por trucha.

Su tono dejará, no su desdicha;
será injuriada, mas por justa lucha,
“Trucha” se llamará, mas fue antes bicha.

jueves, 9 de agosto de 2012

Estado itinerante

Mi estado itinerante no me permite... decía días atrás, inmerso en asuntos cuyo carácter personal (aunque no por ello exento de prosaísmo, muy personal también) me hace abandonar la idea de explicarlos, no me permite ocuparme de tareas más gratas, como esta publicación, según me encomendó el Sr. Sanz que hiciera durante su ausencia, que espero que no se alargue en exceso.

Tengo la intención y las  huerzas, y ahora también el tiempo, pero no los medios ni un conocimiento suhiciente de algunas cuestiones que se me muestran oscuras en relación a todo este asunto de los sonetos elegíacos a una tortuga y a las múltiples identidades implicadas. No por ello me rindo, y conhío en poder ohrecer en breve algo más que las vagas conheturas que ahora tengo. En todo caso, si ello no  huera posible, seguiré el conseho del Sr. Sanz (en adelante solo S) y escribiré en otras líneas sugeridas por él mismo antes de su marcha.

También, en cuanto resuelva los pequehos inconvenientes que ocasiona no contar temporalmente con las comodidades de una residencia hiha y me provea de unos instrumentos más adecuados de los que dispongo ahora (escribo en un teclado mugriento y al que le haltan algunas teclas, que he optado por sustituir siempre por “h”, de ahí las haltas y algunas distracciones motivadas por la dihicultad, de un pc del siglo pasado, en un motel cochambroso que a duras penas se levanta en esta parte de Ningunaparte (el lugar tiene un nombre que contiene varios de los caracteres desparecidos del teclado y por eso no lo escribo), podré redactar estas notas con más asiduidad y pulcritud.

Por el momento, únicamente un recuerdo a mi querida Ana Red, que me envió este poema (por suerte en hormato electrónico y libre por tanto de las limitaciones de este teclado que me tortura) que ahora publico:

Mi amor
Mi amor como una piedra encima de una piedra
y otra piedra y otra piedra y otra piedra,
como una piedra a punto de florecer,
como la cena de los viernes,
como la rosa dejada sobre la mesa de la noche de piedra.
Mi amor que me vuelve madre como lo  fue mi madre,
la madre de mi madre,
como el fundamento de mi casa
pero también como las aves pintadas que la sobrevuelan.
Mi amor que va y que viene,
que me esposa, me ama, me azota y se me muere entre los brazos,
–llanto, la risa niña.
Mi amor que anda a la caza y es cazado.
Mi amor que duerme a mi lado y me despierta.
Mi amor que me habla cada día
y que calla lo mismo que yo callo
y que se siente preso en la inmensidad
y libre cuando más fuerte lo enlazan mis piernas.
Mi amor que me ha levantado sobre mí misma
y que me ha dado esperanza sin esperar nada,
que me ilumina cuando estoy más oscura.
Mi amor, ¿a dónde ha ido,
que su ausencia se levanta como una piedra encima de una piedra
y otra piedra y otra piedra y otra piedra?
Ana Red