Vengo de leer furtivamente
en una librería de cuyo nombre no quiero acordarme (pero sí quiero, lo que pasa
es voy allí a robar palabras y no siempre tengo plata para llevarme el libro)
un breve texto del porteño Enrique Solinas, «La poesía es un jardín en
movimiento», recogido en el volumen colectivo Dificultades de la poesía (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2011).
Con suerte, lo he encontrado en http://actaliteraria.blogspot.com.es/ y de allí
reproduzco un fragmento que me ha llamado la atención. He de advertir que su
autor recoge un buen número de obviedades. Unas me aburren ya, pero otras aún
me hacen reflexionar:
“Cuando la poesía ya aparece en forma de
poema, antes hubo un proceso que no es posible situar en un espacio específico,
como tampoco medir en tiempo cronológico. El poema se construye en torno a una
idea, pero no toda idea es un poema. El mundo existe atravesado por el
pensamiento, las ideas fluyen, pero esto no significa que todo pensamiento o
idea sean poesía.
Aquí nos encontramos con otra
dificultad, ya que una excelente idea no garantiza un buen poema, aunque sí un
buen poema puede prescindir de una idea excepcional. Tal vez los mejores poemas
carezcan de pensamientos revolucionarios o reveladores en torno a nuestra
realidad, pero tienen eso que no podemos precisar, y que sin embargo nos
conmociona, queda en nuestra conciencia como un sueño que se repite incesante.”
He dicho que el texto está
lleno de lugares comunes y el fragmento elegido parece un buen ejemplo. Pero
también he dicho que me gusta así: “el poema se construye en torno a una idea”,
dice Enrique Solinas, lo que ya es una superación de cierta concepción romántica
de la poesía (al menos la que se ha hecho, lamentablemente, más popular), y se
parece mucho al modernismo (también muy romántico, en realidad) de Rubén Darío:
“[...] hay en cada verso, además de la
armonía verbal, una melodía ideal. La música es sólo de la idea, muchas veces.”
(Prosas profanas, «Palabras
liminares»)
Para Solinas, que antes
prácticamente ha restringido la poesía a su ordenamiento tradicional (les
remito al texto completo: La poesía),
la disposición de líneas que llamamos versos, la forma, por tanto, se asocia a
la idea, es decir, la idea expresada de una determinada forma. Podría parecer
que el autor olvida una buena parte de la tradición poética, pero aclara a
continuación que “un buen poema puede prescindir de una idea excepcional”. Me
alegra, reitero, que tales juicios continúen vigentes, aunque no sean nuevos:
“Admirable ejemplo de una poesía
puramente verbal es la siguiente estrofa de Jaimes Freyre:
Peregrina paloma imaginaria
que enardeces los últimos amores;
alma de luz, de música y de flores,
peregrina paloma imaginaria.
No quiere decir nada y a la manera de la
música dice todo.
Ejemplo de poesía intelectual es aquella
silva de Luis de León, que Poe sabía de memoria:
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al Cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza, de recelo.
No hay una sola imagen. No hay una sola
hermosa palabra, con la excepción dudosa de testigo, que no sea una
abstracción.”
J.L.Borges, «Prólogo» a La cifra (1981)
En definitiva, y concluyendo
con las palabras de Enrique Solinas, “tal vez los mejores poemas [...] tienen
eso que no podemos precisar, y que sin embargo nos conmociona, queda en nuestra
conciencia como un sueño que se repite incesante”, un dictamen que claramente
deja las cosas como han estado siempre a la hora de determinar qué sea la
poesía, o el arte en general, un sentir, una impresión subjetiva, que no está
en la forma ni en el propósito ni en la idea sino en lo que gusta o no a cada
cual como lector.