domingo, 5 de febrero de 2012

Cifra de la quietud

Hoy traigo un poema del joven Mario Loppo. La afirmación es posible porque en este caso el texto está datado, algo poco habitual porque Mario siempre me decía que no quería que se relacionasen sus poemas con ningún hecho vital en concreto, que ese era un conocimiento que guardaba únicamente para sí mismo. La fecha que aparece al final del poema, un soneto algo heterodoxo por lo que hace a la estructura de la rima, es el 17 de diciembre de 1993, es decir, cuando Mario Loppo contaba unos veinticinco años (lamento confesar que desconozco su fecha de nacimiento exactamente).
Se trata de poema ciertamente imperfecto, tal vez (pero la amistad me impide declararlo abiertamente) incluso malo. Según me contó en varias ocasiones el propio Mario, su poesía sufrió un importante cambio de orientación, de estilo y de tono, poco después, después de un año de intensas lecturas, y este texto aún pertenece a una etapa anterior. Es en esceso retórico y amanerado, aunque la impresión de insinceridad debe corregirse, sin embargo, por el hecho de estar datado, como decía, como otros del mismo periodo y por una breve anotación en prosa a continuación de la fecha, que también reproduzco, y que resulta incomprensible para mí, pero que sin duda se refiere a alguna experiencia real relacionada con el poema, con la fecha, o con la desconocida destinataria:

        Cifra de la quietud

Sin verbo o signo vive el labio, lejos
de la palabra que cerraba el alma;
jubiloso cristal, se incendia en calma,
amor, o cielo o mar, eco de espejos.
Mi lengua ya no extraña lo que ama
ni mi razón entiende lo que nombro.
Arde mi cuerpo; se ha salvado. Asombro:
no hay entre cuerpo y cuerpo espejo o llama.
En el centro del tiempo está la entera
cifra de la quietud, pura, indivisa.
La luz vuelve a la luz para el que espera
no lo que sueña, lo que se consuma.
Si no hay distancia ya no hay tiempo. Suma
de cuerpo y alma en unidad precisa.
                                                                                                                           17 de diciembre de 1993, En pleno invierno, aparecieron días de verano, a los que seguían rápidamente nieves heladas y distancias de mucho más de nueve kilómetros del campo al mar. Distancias largas y días interminables sin que sonara ningún teléfono, hasta que, sin aviso, un verano, que a mí se me antojaba relámpago, explotaba con toda su luz en nuestras almas y nos reconfortaba por unas horas.

1 comentario:

Blancaneus dijo...

Parece, Ramón, que el motivo de que Mario escribiera un poema malo pero sincero, fue su juventud (y quizás la falta de lectura). ¿Cómo crees que ahora, de estar vivo, expresaría este tipo de sentimientos? ¿Quizás ya no los tendría?
Por otra parte, a mí me gustaria encontrar la cifra de la quietud, donde no hay distancia ni tiempo, sólo unidad de cuerpo y alma.