Ana Red, mi querida Ana Red,
tanto tiempo he buscado a una mujer, pero no a una cualquiera sino a esa una, a esa única perdida con el viejo paraíso,
que ahora, al hablar de ti, al escribirte, me parece que lo hago siempre en
hipótesis. Aun sabiendo que eres real, o al menos tan real como yo mismo,
independientemente de mi percepción particular y de mi propia conciencia, aun
habiéndote encontrado, no soy capaz de acostumbrarme. Porque, además, ¿qué
tenemos tú y yo? Nos separan las montañas y los valles y las largas poblaciones
y las urbanizaciones semidesiertas y los días y los meses y las edades...
Por eso, para soportar mejor no
tener más de ti que las breves líneas que de tanto en tanto me escribes (ni tu
voz ni el recuerdo del suave perfume de tus cabellos, que poco a poco se
desvanece en mi memoria, ni tus tenues pasos sobre la tierra que cuando tú la
pisas siempre parece recién creada), imagino esta distancia de siglos que me hace
hablarte de vos y ahogar mis versos de pesadas figuras y conceptos para que tú
y solo tú puedas salvar del naufragio lo que en ellos hay de ti y mí:
No penséis mal de mí. Yo os sé
perfecta;
y aunque habitéis mi
pensamiento abstracto
no sois tan solo un íntimo
artefacto
mental, sino la forma
predilecta
de un espacio imposible, esfera
y recta,
que mi verso severo mas exacto
analiza y no prueba en cero
exacto,
aunque el principio al fin, pienso,
conecta.
Así, no pongáis freno a mi
conducta
si alguna vez en vuestro culo
impacta
la palma de mi estrofa con
afecto
(os juro, y vos sabéis, que
bien instructa),
pues para ser perfecto
autodidacta
algo habré de probar, y eso
proyecto.
Andrei Distrievich