Sé que este largo periodo de
inactividad, o mejor sería decir de actividad improductiva, ya no puede
encontrar justificación en el verano, que ha ya ha llegado a su fin. Sé que he
dejado a medias cosas que requieren mi atención inmediata, especialmente esa
historia del seductor desconcertado, a quien he dejado escribiendo una carta de
dudosa moralidad. Sin embargo, tengo que dejarlo así por el momento, porque la
cercanía de los hechos narrados con los vividos es aún demasiado cercana.
Por ahora, solo soy capaz de
reproducir alguna de las muchas cartas que Andrei Distrievich me sigue enviado
desde Buenos Aires, cartas exclusivamente centradas en temas argentinos, como
si sus dos patrias, la polaca y la española, se hubiesen borrado de sus
costumbres, como sacamos definitivamente de nuestro armario una prenda de ropa
que se nos ha quedado incómoda y vieja y pasada de moda.
Hoy publico aquí uno de esos
escritos de Andrei, dedicado a Roberto Juarroz:
Roberto Juarroz: la difícil sencillez
Con demasiada frecuencia leo
aún en muchas páginas, sobre todo de España, que Roberto Juarroz es mexicano.
No sé si sólo es porque el apellido les suena a mexicano más que a argentino (y
no sabría adivinar entonces bajo qué criterio) o porque, quién sabe, no entienden
nada de lo que Juarroz dice y no entienden nada de lo que es América.
Roberto Juarroz, de todas
formas, no es un poeta que se lea mucho. Es un poeta muy reconocido, sí, y bien
reconocible, pero no puede decirse que sea popular. Su dificultad es otra que
la de Borges (que vivió un tiempo en Adrogué, como Juarroz de joven), por
ejemplo. No es enciclopédica. Resulta, sí, tan o más paradójica que la del
propio Borges, pero a Borges lo podés entender con una buena biblioteca y a
Juarroz tenés que leerlo y pensarlo vos mismo porque su poesía se explica en sí
misma.
No quiero decir tampoco que
sea una poesía ensimismada. Es tal vez más autorreferencial que la de otros
autores, pero no es un mundo autónomo y cerrado, aunque el mismo Roberto
Juarroz parezca sugerirlo muchas veces:
“El poeta no tiene otra
alternativa que inventar o crear otros mundos. La poesía crea realidad, no
ficción. Afirmo que la poesía es realidad, y para mí es la mayor realidad
posible porque es la que cobra conciencia real de la infinitud.” (Roberto
Juarroz)
Esta tendencia del poeta a
lo universal, más que a lo personal, hace que su obra, reunida casi en su
totalidad bajo un mismo título, Poesía
vertical, en sucesivas ampliaciones, presente también dificultades a la
hora de relacionarla de manera concreta con su biografía. No en vano, Roberto
Juarroz ha trazado con frecuencia una clara línea entre lo escrito y lo vivido:
“La vida me importa
enormemente para vivirla, pero no tanto para recordarla y menos todavía para
describirla. Todo es seguramente más complejo que esto, pero no puedo evitar
cierta alergia ante mi propia biografía.” («Carta a a W.S. Merwin», traductor
de su obra al inglés, de 26 de agosto de 1986, incluida como epílogo a Décimocuarta Poesía Vertical.)
A pesar de todo, la experiencia
personal, la que llega de la costumbre intelectual, como la poesía
“metapoética” y la que llega de la tentativa externa, como en su poesía amorosa
–pero hay que avisar que el objeto amoroso no es siempre precisamente una
persona sino el mismo poema también– está muy presente en la poesía de Juarroz
aunque, eso sí, enmascarada, trascendida y con voluntad universalizadora,
reducida a lo esencial y a una difícil sencillez (no a la sonsa simplicidad)
que se condensa en poemas breves con tendencia al aforismo. Veamos un par de
ejemplos para terminar:
¿Cómo amar lo
imperfecto,
si escuchamos a
través de las cosas
cómo nos llama lo
perfecto?
¿Cómo alcanzar a
seguir
en la caída o el
fracaso de las cosas
la huella de lo que
no cae ni fracasa?
Quizá debamos
aprender que lo imperfecto
es otra forma de la
perfección:
la forma que la
perfección asume
para poder ser amada.
(Roberto Juarroz, Poesía Vertical VI – 7)
No nos mata un
momento,
sino la falta de un
momento.
No nos mata una
sombra,
sino la ausencia aleatoria
de una sombra,
perdida probablemente
en un declive
de esta insensata
eternidad despareja.
No nos mata la falta
de la vida,
sino el azar de un
claroscuro
que se proyecta sobre
una pantalla invisible.
No nos mata morir:
nos mata haber
nacido.
(Roberto Juarroz, Poesía Vertical VII – 106)
Andrei Distrievich