¿Marzo de 2014?
[Continúo la reproducción de los fragmentos legibles de este Diario.
Creo que, en esencia, he podido recuperar la narración completa; y si bien ya
no representa de manera tan fiel el estilo de su autor como las muestras ofrecidas
anteriormente, ayudará al menos a satisfacer la curiosidad acerca de esta
historia cuyo desgraciado desenlace ya di a conocer en la última entrada:]
Advertí desde el primer momento ciertas singularidades en mi
atracción por Ana Red. Por motivos que me resultan algo imprecisos y cuya
naturaleza psicológica –tal vez elemental− no acierto a comprender, despiertan mi
curiosidad, a la vez que me ponen nervioso, las mujeres que responden a un
modelo de feminidad construido conscientemente para su exposición al público:
un aire ensimismado, conversación divertida e ingeniosa, provista de sutiles
pero nunca pedantes sabidurías, ausencia total de prejuicios positivos o
negativos sobre las relaciones humanas, cierto equilibrio entre las confesiones
íntimas espontáneas y la privacidad más inexpugnable –o al menos la justa para
alimentar una constante expectación– en lo que se refiere a determinados
aspectos. Mujeres con un apetito erótico desmedido y desacomplejado pero con
inesperados intersticios de fría abstinencia, episodios disciplinados por una
impredecible ética sujeta a desconocidas condiciones. Mujeres que estimulan, en
definitiva y pese a la primera impresión [...].
[...] las codicien un número inconcebible de pretendientes,
como decía, pero solo unos pocos advierten con exactitud sus deseos, sus
inclinaciones más reservadas, el desprecio hacia el halago vulgar, las
decepciones levemente encubiertas, los orígenes del engaño y la desconfianza.
Probablemente sea una íntima tendencia a la excepción,
además de cierta misoginia, la que alimente esa predilección mía por las
mujeres alejadas de los estereotipos, de las conductas previsibles, típicamente
femeninas: esas mujeres a las que uno, si abandona toda preocupación por las
consecuencias, puede acercarse tal vez no con la fe de cumplir sus aspiraciones
pero sí con la seguridad de escapar de las convenciones.
[...]
Esas mujeres pertenecen, en definitiva, a una categoría
problemática. Se resisten a las definiciones, fluctúan entre la tentación
analítica y la psicología dialéctica, entre la despreocupada alegría y una
repentina amenaza de desgracia.
[...] que mi talante conservador esquivara a esas mujeres
porque se me hacía difícil ignorar la posibilidad del amor. Pero alguna vez
encontraría a esa mujer, «a esa única
que me diste en el viejo paraíso» como decía el viejo Rojas. Sería tal vez de
una manera discreta, como los fortuitos saludos, hasta que incluso eso se
acabó, entre Dante y Beatriz, o algo más aparatoso pero igualmente distante,
como un avistamiento de ballenas. ¿Sentiría entonces el asombro infinito, el
íntimo desmayo, el deseo inefable, los auténticos estremecimientos de la
revelación? Inexplicablemente, tal vez ocurra todo justo al contrario. Es lo de
menos: la simple posibilidad de plantear una hipótesis compensaría incluso la
completa decepción [...].
Ana Red reunía todas estas contradicciones y era sin duda
una jovencita fascinante que [...] justo por ser ella también una excepción.
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