La educación en Principia
nunca se castigó hasta varios años después de la revolución que fue conocida
como Nuevo Régimen, sobre la que todo lector interesado encontrará estudios más
o menos académicos, narraciones extensas, reflexiones brevísimas, confesiones,
leyendas y recuerdos en el Archivo Internacional del Antiguo Nuevo Régimen (así
es como el movimiento fue rebautizado más tarde). Antes del (Antiguo) Nuevo
Régimen, la formación de los ciudadanos de Principia se ajustaba a modelos no
diferentes a los aplicados en la Tierra, y con una evolución bastante parecida:
los alumnos, organizados en niveles de edad, acudían a los centros de enseñanza,
donde los profesores impartían las clases con una metodología que iba adoptando
progresivamente nuevas estrategias y avances tecnológicos, relajando la
disciplina en consonancia con los tiempos y recogiendo y amparando todas las
excepciones oportunas. Eso fue el principio del fin.
Pronto se evidenció
imposible atender todas las particularidades sin postergar los paralelismos del
conjunto. El afán de justicia hacia lo singular oprimía con una intolerable
injusticia a lo general. El eminente filósofo alterativista Samuel Rebelkey
predijo entonces que si la educación continuaba fundada esencialmente en el
respeto a la excepción, lo usual acabaría convirtiéndose también en excepción,
por lo que se llegaría inevitablemente a la paradoja de una regla únicamente
constituida de excepciones. Añadió, por último, que una vez llegado a este
punto, la educación pública sería insostenible, puesto que cada alumno (ya
desde ese momento insólito e irrepetible) necesitaría como mínimo la atención
individualizada de un profesor, cosa que ningún Estado podría permitirse, por
lo que la educación volvería al más absoluto primitivismo: cada uno en su casa
instruido exclusivamente por sus padres, salvo en el caso de matrimonios con
más de dos hijos o familias monoparentales con más de uno, que tendrían que
desatender al menos infrecuente de sus hijos para dedicar sus esfuerzos didácticos
a los demás.
Para Bellows, cabeza visible
de la escuela filosófica permanentista, el dictamen de Rebelkey era completamente
erróneo, aunque se confesaba totalmente incapaz de contestarlo. El doctor
Bithline, más entusiasta e intuitivo, fue hasta la residencia de Samuel Rebelkey,
cuyo jardín estaba invadido por periodistas, fotógrafos, padres preocupados,
representantes de todos los sindicatos de alumnos y de profesores y algunas
autoridades gubernamentales menores, entró en la casa, le disparó a la cabeza,
con éxito y al tiempo que pronunciaba “¡Yo lo contesto así!”, y volvió a salir
al jardín de su rival con el tiempo suficiente como para –aprovechando la
confusión y el estupor– realizar unas breves declaraciones: la pervivencia del
sistema educativo o, en una expresión más totalizadora, la de la sociedad –según
sus oponentes discutida por Rebelkey– no requería verificaciones. Había sido suficiente
un acto tan simple como un disparo para desarmar la teoría del viejo filósofo.
Todas las individualidades se habían eclipsado súbitamente para fijar la
atención colectivamente en un hecho objetivo.
La población de Principia,
poco habituada a la brutalidad, condenó el hecho de inmediato, y las
autoridades judiciales actuaron con firmeza contra su hacedor. Pero privadamente,
todos respiraban más tranquilos y agradecían al doctor Bithline haberlos
librado de los apocalípticos augurios de Samuel Rebelkey. Rebelkey, sin embargo,
tenía razón. O casi, porque lo que ocurrió después fue incluso peor de lo que
él había imaginado.
La verdad es que, aunque la
mayoría se sentía satisfecha por la prueba del sanguinario doctor Bithline, las
teorías de Rebelkey también habían contagiado a algunos espíritus más
pesimistas entre el profesorado, que comenzaron a corregir por su cuenta
algunos excesos individualizadores de la educación. En otros, además, la
demostración de Bithline causó el efecto contrario. Creyeron que la humanidad
(en realidad, los habitantes de Principia se llaman a sí mismos principiantes,
pero también reciben este nombre los especímenes en edad formativa; así que, dado
el tema de estas líneas, prefiero utilizar el término terrestre) evolucionaba
completamente al contrario de lo pronosticado, no hacia el individualismo
radical sino hacia una cooperación y unidad más integradoras. Comenzaron a
actuar en consecuencia y, aunque por motivos distintos, llegaron a una notable
similitud con los rebelkeyanos en cuanto al empleo de métodos didácticos
intervencionistas universalizadores.
Como que el ejemplo se
extendió, las minorías se vieron seriamente amenazadas, se indignaron, protestaron,
se sublevaron y pleitearon. Pronto se conoció la sentencia del Tribunal Supremo
(hay que advertir que en Principia solo hay Tribunal Supremo, ya que para
evitar tediosos aplazamientos no existe posibilidad de apelación: un único
órgano judicial bien provisto de eficientes jueces, cuya identidad nadie conoce
para que no puedan ser influidos o sobornados, actúa con suma celeridad en
todos los litigios): no era posible ignorar las excepciones pero no había forma
tampoco de ampararlas en su totalidad, como bien había previsto Samuel Rebelkey.
Se cerraron entonces todas las escuelas, se envió a casa a los niños,
encomendando su educación a sus progenitores, y se escogió un número de “profesores
de asistencia urgente” (la mayoría fueron destinados a otros ministerios) para
los casos de emergencia social.
Hablo, claro, de los tiempos
del Antiguo Nuevo Régimen, cuando las cosas aún no habían empezado a
empeorar...
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