Solo
hay tres clases de destino, afirma el Libro, el que arrastra a la resignación y
el que empuja a la cólera, pero es suficiente imaginar la análoga sensación de
desasimiento, de inconsistencia para determinarse, desprenderse de la opresión
del masculino y del femenino, del yo, del tú, del variado siendo y encabezar la
marcha. Cualquiera entonces puede contraer los músculos, concentrar la energía
al servicio de una idea única y común (tiene que ser real: si se trata de un
sueño, es imposible concebir que el mismo sueño se reproduce la misma noche
sobre las húmedas almohadas de distintas y separadas habitaciones), y emprender
la aventura.
Sin
embargo, algo siempre interrumpe el proceso, detiene por completo el movimiento:
la tentativa nunca llega a consumarse. Todo queda frustrado por una ley invariable,
y si se trata del azar, argumentan algunos, la casualidad también tiene sus
leyes y ni nadie ni los demás las conocen.
Para
reprimir la propensión a señalar un culpable, nada impide que cualquiera pueda
parecerlo. Se cuenta que el traidor adopta con facilidad la voz, el rostro de
cualquiera. Seguramente, se trata solo de una leyenda. Alguien, de todas
formas, encubierto entre la multitud, deber ser, hipócrita e impío, el
infractor. Tal vez incluso cuente con la ayuda de algún cómplice. Resulta, sin
embargo, muy difícil o tal vez imposible descubrirlo. Hay demasiadas
semejanzas, incluso identidades parciales, pero ninguna coincidencia.
Lo
único cierto es que nadie ya camina descalzo y desnudo por la arena innumerable
ni demasiados muchos se atreven a evocar siquiera el recuerdo de otra cosa bajo
los demás pies, los de aquellos otros que alguna vez quién sabe acaso fueron
amos de los vastos dominios que se extienden más allá. Nadie quizás, se dice,
sea ya capaz de distinguir el suave movimiento de la hierba, y en cualquier
caso nadie sabrá de dónde venga el viento que la mueva ni qué cosa sea el
viento.
Indefinidamente
durante, nadie ha sumado el valor suficiente para llevarlo todo a cabo. Se ha
estudiado el plan, se han presentado y admitido algunas correcciones. Así
siempre. ¿Nadie se atreve? Tal vez no nadie, pero permanece en el anonimato.
Alguien,
seguro, piensa en otras posibilidades, cosas extraordinarias. Pero no ocurren.
Hay que esperar algo, no se sabe qué. Y luego, nada. Episodios iguales que no
vale la pena detallar. El examen de las alternativas también se hace innecesario,
puesto que nadie tiene voluntad de hacerlo o, si por fin se decide, queda
paralizado por la sospecha de si ¿no será él el traidor, no estará cometiendo
un error, su propósito no será en realidad designio largamente meditado del maligno,
no lo hará quedar, tras el probable fracaso como un cómplice?
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