lunes, 14 de enero de 2013

Todavía


Solo hay tres clases de destino, afirma el Libro, el que arrastra a la resignación y el que empuja a la cólera, pero es suficiente imaginar la análoga sensación de desasimiento, de inconsistencia para determinarse, desprenderse de la opresión del masculino y del femenino, del yo, del tú, del variado siendo y encabezar la marcha. Cualquiera entonces puede contraer los músculos, concentrar la energía al servicio de una idea única y común (tiene que ser real: si se trata de un sueño, es imposible concebir que el mismo sueño se reproduce la misma noche sobre las húmedas almohadas de distintas y separadas habitaciones), y emprender la aventura.

Sin embargo, algo siempre interrumpe el proceso, detiene por completo el movimiento: la tentativa nunca llega a consumarse. Todo queda frustrado por una ley invariable, y si se trata del azar, argumentan algunos, la casualidad también tiene sus leyes y ni nadie ni los demás las conocen.

Para reprimir la propensión a señalar un culpable, nada impide que cualquiera pueda parecerlo. Se cuenta que el traidor adopta con facilidad la voz, el rostro de cualquiera. Seguramente, se trata solo de una leyenda. Alguien, de todas formas, encubierto entre la multitud, deber ser, hipócrita e impío, el infractor. Tal vez incluso cuente con la ayuda de algún cómplice. Resulta, sin embargo, muy difícil o tal vez imposible descubrirlo. Hay demasiadas semejanzas, incluso identidades parciales, pero ninguna coincidencia.

Lo único cierto es que nadie ya camina descalzo y desnudo por la arena innumerable ni demasiados muchos se atreven a evocar siquiera el recuerdo de otra cosa bajo los demás pies, los de aquellos otros que alguna vez quién sabe acaso fueron amos de los vastos dominios que se extienden más allá. Nadie quizás, se dice, sea ya capaz de distinguir el suave movimiento de la hierba, y en cualquier caso nadie sabrá de dónde venga el viento que la mueva ni qué cosa sea el viento.

Indefinidamente durante, nadie ha sumado el valor suficiente para llevarlo todo a cabo. Se ha estudiado el plan, se han presentado y admitido algunas correcciones. Así siempre. ¿Nadie se atreve? Tal vez no nadie, pero permanece en el anonimato.

Alguien, seguro, piensa en otras posibilidades, cosas extraordinarias. Pero no ocurren. Hay que esperar algo, no se sabe qué. Y luego, nada. Episodios iguales que no vale la pena detallar. El examen de las alternativas también se hace innecesario, puesto que nadie tiene voluntad de hacerlo o, si por fin se decide, queda paralizado por la sospecha de si ¿no será él el traidor, no estará cometiendo un error, su propósito no será en realidad designio largamente meditado del maligno, no lo hará quedar, tras el probable fracaso como un cómplice?

Finalmente, esta historia no es diferente de otras. Nadie es tampoco diferente de los demás, pero cualquiera puede ser el último en saberlo. Desplazarse, planear, sospechar, objetar, corregir son acciones que solo engendran decepción al individuo, y en realidad son inútiles: cualquier cosa, finalmente, sucede, sucederá. Ya ha sucedido, de hecho. Está narrado en el Libro, pero se discute la autenticidad del manuscrito. Hay testigos todavía vivos de aquel tiempo, no tan lejano, pero son todos muy viejos y algunos ya ni reconocen su cara en los espejos. Además, ¿quién querría escribir un cuento sobre eso?

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