Tu pregunta, querido
amigo, me ha hecho reflexionar largamente. No te convenció el texto de Reiner
Kunze que te envié como primera respuesta. Tienes razón: es demasiado
impreciso. Por eso te envío mi propio decálogo. Espero que resuelva, al menos
en parte, tus incertidumbres.
EL POETA Y EL
POLÍTICO
1. El poeta y el
político pretenden el favor de materias inestables: el primero la palabra, el
segundo el electorado.
2. Para el político,
hay un plazo de veda, antes de una cosa que se llama plebiscito, o consulta, o
elecciones. Para el poeta, existen también algunos impedimentos, aunque sin
fecha ni duración determinadas: conseguir algún tipo de ingreso para poder
escribir en los ratos libres, no encolerizar a ningún político, no acabar en la
cárcel, a consecuencia del motivo anterior, sin derecho a cualquier tipo de
instrumento de escritura, no ser fusilado como resultado de los dos motivos
anteriormente citados, aislados o encadenados.
3. Para el político
existen franjas de población manifiestamente desfavorables. Lo sabe porque las
encuestas preelectorales que encarga previamente y que paga el conjunto de la
población así se lo advierten. Para el poeta existen asuntos cuya redacción puede
serle formidablemente perjudicial. Lo sabe porque su editor, con quien tiene un
contrato de vasallaje, se lo advierte, casi siempre demasiado tarde.
4. El poeta que se
equivoca, debe mejorar, o probar suerte con otro género. También puede
retirarse y disfrutar de limitadas distinciones como poeta municipal. El
político que fracasa como gestor municipal puede aspirar a ser presidente de un
Estado.
5. El poeta y el
político deben esforzarse, dormir poco y mal, madrugar muchas veces. Dios, en
cualquier caso, nunca ayuda al primero.
6. Es importante para
los dos saber esperar. En el caso del poeta, lo hará toda su vida.
7. El poeta puede
dedicarse, en algún momento de su vida, a la política. Lo hará mal, con casi
completa probabilidad. Si lo hace bien, entonces, seguramente, era mal poeta.
El político también, en determinada etapa de su vida, puede caer en la tentación
de la poesía. Lo hará mal, seguro, pero como todas las críticas vendrán
únicamente de la oposición, siempre tendrá el recurso de replicar que se trata
de enemistades partidistas que nada tienen que ver con la excelencia de su
arte. El resto lo aplaudirá, sin pensar, lo mismo que hicieron cuando ganó las
elecciones.
8. El político puede
elaborar un programa. Es tarea de los electores, la mayor parte de las veces,
ejecutarlo en su imaginación. El poeta puede también exponer una teoría,
redactar un manifiesto, augurar una revolución, que tampoco se cumplirán. Los
lectores, en cambio, nunca se lo perdonarán. Tienen menos imaginación y menos
fe que los votantes.
9. Las obras de los
poetas están reguladas por los derechos de autor. El plagio, incluso cuando el
original no mereciere ni la copia ni el recuerdo, se persigue y se castiga. Las
obras de los políticos no presentan estos problemas de autorías. Cualquier
predecesor puede ser borrado de los libros de historia, deliberadamente
involucrado, desfigurado, falsificado. Los sucesores, además, pueden proseguir
las obras de sus mayores (reanudar el exterminio de una raza, perpetuar el
adulterio de la economía con el beneficio privado) en el lugar que estos las
dejaron.
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