domingo, 27 de enero de 2013

El huevo y la rosa


Reparo cada cierto tiempo, cuando por casualidad tropiezo con la noticia en algún diario o soy capaz de prestar atención a las deposiciones de las cadenas de televisión, en la considerable muchedumbre de operarios de la literatura que hacen acopio de las a menudo turbias distinciones de la industria de la palabra.

No quiero hablar de los novelistas, porque las arbitrariedades promovidas por el despotismo de las editoriales y de las instituciones político-culturales son suficientemente conocidas. Los poetas, en cambio, suelen pasar desapercibidos. La concesión de algunos de los premios, sin embargo, responde a móviles idénticos. Muchos poemas realmente abominables son encausados anualmente como ganadores de premios de cierta consideración. La condena, a pesar de todo, suele ser indulgente: una breve temporada en la gloria y después nada, el filantrópico silencio o, como mucho, la compasiva beatitud de la celebridad local. Cierto que toda la culpa no es del reo, que cuenta con los atenuantes de los intereses editoriales e institucionales, como antes decía, además de la específica vanidad de los poetas y de la general estupidez de la masa lectora.

A propósito de esta cuestión y especialmente dirigidos a una serie de poetas a los que detestaba por entonces –y de los que ya no recuerdo ni el nombre, ¡ah, misericordia del olvido!–, escribí los versos que reproduzco al final. Esta mañana, además, he recordado un texto del polaco Zbigniew Herbert que me asiste admirablemente en parte de lo que he dicho, la vanidad de los poetas:


LA GALLINA

La gallina es el mejor ejemplo de a qué conduce la íntima convivencia con la gente. Perdió por completo su ligereza y gracia de ave. La cola resalta encima de su prominente trasero como un sombrero demasiado grande de mal gusto. Sus raros momentos de éxtasis cuando se para en un pie y pega sus redondos ojos con membranosos párpados son impresionantemente asquerosos. Y además esa parodia del canto, degolladas súplicas sobre una cosa inefablemente ridícula: un redondo, blanco y sucio huevo.

La gallina recuerda a algunos poetas.

Zbigniew Herbert
(Traducción de Jan Herbert)



En fin, un texto de una crueldad adorable, deliciosa.

Mis versos, que me producen más diversión que placer, si es posible establecer tal distinción, son los que siguen:


No importa que la rima sea espantosa
y que rime la rosa con la fosa;
me gusta la metáfora insidiosa
y me gusta la sátira ingeniosa,

que el pensamiento pese como losa,
que digan de mi pluma que es brumosa
si alguien también apunta que es fogosa
pues todo aspira a su contraria cosa;

pero detesto el verso que rebosa
el ritmo rosa de su musa sosa
y acompasa la cita vanidosa

con música de cítara ostentosa
pues al final la cosa es asquerosa
de tan honda, tan grave, tan pomposa.

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