Reparo cada
cierto tiempo, cuando por casualidad tropiezo con la noticia en algún diario o
soy capaz de prestar atención a las deposiciones de las cadenas de televisión,
en la considerable muchedumbre de operarios de la literatura que hacen acopio
de las a menudo turbias distinciones de la industria de la palabra.
No quiero
hablar de los novelistas, porque las arbitrariedades promovidas por el
despotismo de las editoriales y de las instituciones político-culturales son
suficientemente conocidas. Los poetas, en cambio, suelen pasar desapercibidos.
La concesión de algunos de los premios, sin embargo, responde a móviles
idénticos. Muchos poemas realmente abominables son encausados anualmente como
ganadores de premios de cierta consideración. La condena, a pesar de todo,
suele ser indulgente: una breve temporada en la gloria y después nada, el
filantrópico silencio o, como mucho, la compasiva beatitud de la celebridad
local. Cierto que toda la culpa no es del reo, que cuenta con los atenuantes de
los intereses editoriales e institucionales, como antes decía, además de la
específica vanidad de los poetas y de la general estupidez de la masa lectora.
A propósito
de esta cuestión y especialmente dirigidos a una serie de poetas a los que
detestaba por entonces –y de los que ya no recuerdo ni el nombre, ¡ah,
misericordia del olvido!–, escribí los versos que reproduzco al final. Esta
mañana, además, he recordado un texto del polaco Zbigniew Herbert que me asiste
admirablemente en parte de lo que he dicho, la vanidad de los poetas:
LA GALLINA
La gallina
es el mejor ejemplo de a qué conduce la íntima convivencia con la gente. Perdió
por completo su ligereza y gracia de ave. La cola resalta encima de su
prominente trasero como un sombrero demasiado grande de mal gusto. Sus raros
momentos de éxtasis cuando se para en un pie y pega sus redondos ojos con
membranosos párpados son impresionantemente asquerosos. Y además esa parodia
del canto, degolladas súplicas sobre una cosa inefablemente ridícula: un
redondo, blanco y sucio huevo.
La gallina
recuerda a algunos poetas.
Zbigniew
Herbert
(Traducción
de Jan Herbert)
Mis versos,
que me producen más diversión que placer, si es posible establecer tal
distinción, son los que siguen:
No importa
que la rima sea espantosa
y que rime
la rosa con la fosa;
me gusta la
metáfora insidiosa
y me gusta
la sátira ingeniosa,
que el
pensamiento pese como losa,
que digan
de mi pluma que es brumosa
si alguien
también apunta que es fogosa
pues todo aspira
a su contraria cosa;
pero
detesto el verso que rebosa
el ritmo
rosa de su musa sosa
y acompasa
la cita vanidosa
con música
de cítara ostentosa
pues al
final la cosa es asquerosa
de tan honda, tan grave,
tan pomposa.
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