Tengo que confesar que el mero
hecho de contarlo me produce ya una incómoda inquietud, como de cosa soñada
vuelta solo cosa. Me ha venido a la memoria de inmediato aquellas breves líneas
de Coleridge, reproducidas por Borges en “La flor de Coleridge” de Otras inquisiciones: “Si un hombre
atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que
había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces,
qué?”
Lo alarmante del caso de hoy
no es el hallazgo de la flor en la mano sino que la presunción razonada que
hacía ayer (a diferencia del sueño fantástico de un paraíso) acerca de una
correspondencia de sonetos entre Mario Loppo y otro (¿otros?) autores sea real,
y que la prueba haya llegado hasta mi propia casa antes casi de intentar seriamente
la búsqueda.
Hace solo un rato, en mitad de
la violenta tormenta que asolaba Reus, ha sonado el timbre de mi piso.
¿Comerciales en domingo? No. ¿Una visita intempestiva? No, tampoco, al menos de
nadie que quiera perder definitivamente mi amistad o el reconocimiento de
cualquier parentesco familiar. Tal vez algún vecino en apuros, he pensado,
algún problema en el edificio a causa de la tormenta. Así que me he levantado,
difícil, laboriosamente, a abrir la puerta.
Nadie. He tardado mucho, tal
vez. Pero, ¿no es nadie un papel doblado justo en la entrada? Era un folio
blanco doblado por la mitad y con tan solo una de sus caras, la interior,
escrita. El agua había atravesado el papel, totalmente empapado en su parte
exterior, y todavía un pedacito de hielo, resto del granizo que caía entonces,
se deshacía dentro. La nota, a pesar de todo, era aún legible entonces, aunque
ahora ya apenas lo es. He tenido tiempo suficiente para transcribirla, y casi me
ha faltado para reproducirla aquí:
Estimado
señor,
en
honor a la verdad y sin ánimo de polémicas,
el soneto que inaugura la serie es el que sigue, y no el que publica
usted en su blog:
ELEGÍA A UNA TORTUGA DE TIERRA
Tan
solo ayer rozabas la maleza
con la
bóveda gris que te corona,
y erguida hacia la luz, tu faz tristona
sorteaba
la espesura con firmeza.
Ahora
la corrupción acaso empieza
a
devorar tu cuerpo, y abandona
tu
alma reptil la concha cimarrona
que
trazó la eficaz naturaleza.
Faltará
tu figura en este huerto,
oculta,
silenciosa, casi ausente;
admitiré
este duelo que ahora advierto
cubriendo
de aflicción mi ajada frente,
y
aunque tu corazón esté ya muerto,
en mí
palpitará, calladamente.
Se justifica,
de este modo, el carácter de respuesta que planea sobre el soneto siguiente (el
publicado).
Un
saludo.
Rafael.
Del papel, ahora, solo queda
una confusión de fragmentos. El estado en que me ha llegado ha propiciado su
práctica desintegración, y mi ansiedad ha hecho el resto. Pero sé que no ha
sido un sueño porque he podido leerlo y copiar aquí su contenido. Hay alguien
muy atento a las noticias referentes a Mario Loppo y que sabe más de él que tal
vez yo mismo, y que también sabe dónde vivo y sigue tal vez mis pasos.
“Rafael”,
firma. ¿Debo esperar también la visita de “Tere”? Y ahora, ¿qué hacer con los
siguientes sonetos de Mario? Al que publiqué en primer lugar le precedía este
que hoy doy a conocer en tan extrañas circunstancias, y tiene que seguirle otro
u otros, antes de que el siguiente de Mario Loppo pueda ocupar su lugar
correspondiente en la serie. “Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra
azar, rige estas cosas; otro ya recibió en otras borrosas tardes...”
5 comentarios:
Después de una corta estancia en el cuento de La cigarra y la hormiga, me hice muy amiga de la primera
(también de la hormiga, pero de otra manera)y me regaló su guitarra. Con ella entretuve al conejo de otra fábula, y despistado como estaba, dejó ganar a la buena de la tortuga en esa tan comentada carrera. A quien no vi entonces fue a Rafael. ¿ De qué conoce, pues, a la tortuga?
Mas acertado es deducir que la tortuga me conocía a mí y no yo a ella. Sobre su vida privada - que por lo visto incluiría participación destacada en un cuento popular - me declaro ignorante. Fue una buena tortuga, de eso estoy seguro.
No resultará ocioso, por lo demás, preguntarse si hablamos de un mismo espécimen, aunque - como el gato de Schopenhauer - una tortuga es todas las tortugas.
Lo bueno de los cuentos, y más en mi caso, que salgo de ellos y entro en ellos eternamente, es que cuando los vuelvo a visitar están igual que la vez anterior.La tortuga es siempre la misma tortuga: es la tortuga. Así que si Rafael y Loppo en sus sonetos hablan de la muerte de la tortuga ocurre que: a)no se trata de la tortuga del cuento, que es eterna (es la especie zoológica tortuga)o b)la tortuga se ha escapado del cuento y se ha convertido en un ejemplar concreto (¿cuál es su nombre?)o c)la tortuga de Rafael no tiene nada que ver con la del cuento, y en ese caso yo me he confundido de Rafael.
El tema y las incógnitas planteadas exceden las capacidades de este humilde comentador de sonetos ajenos. Incapaz de dar una respuesta satisfactoria en las breves líneas que aconseja un comentario, tendré que intentar resolverlas en una nueva entrada, que en breve daré a la luz. O a la oscuridad, según se mire.
¿Hay más tortugas en la maleza? De esas que brillan..., que también, un día, llegan a su fin, después de una carga centenaria (o más)y que por tal mérito, se merecen una elegía.
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