sábado, 10 de marzo de 2012

Carta de navegació (VIII) - El pozo (V): Final definitivo

El doctor Jou Trobo, que se había puesto al corriente del caso del paciente nada más tomar posesión de su nuevo puesto, lamentaba tener que admitir que probablemente no había nada que hacer, pero no por ello dejaba de seguir muy de cerca todas las inimaginables fantasías de Mike Camel por si, al menos, podía utilizarlas en su tesis sobre "El trastorno paranoide de la personalidad. Más allá del DSM-IV", y se frotaba las manos pensando en su éxito seguro, mientras agradecía la suerte de haber encontrado a un paciente tan dispuesto a colaborar, y todo a cambio únicamente de una pequeña flauta de imitación de hueso que le había regalado a Mike, que llevaba consigo a todas partes y a la que había puesto el gracioso nombre de Henry.

Las expectativas de Jou Trobo se vieron, sin embargo, muy pronto truncadas, al menos en parte, ya que de todas formas había recopilado documentación suficiente como para concluir un trabajo admirable. Todos en el hospital de St. Mary on the Hill, en Miliuntont, U.S., se sintieron profundamente apenados por la muerte de Mike. Bill McArra, el pacífico y depresivo joven de la celda contigua, que había entablado fuertes lazos de amistad con Mike, pensó que ya no tendría con quién resolver los casos hipotéticos que el simpático maníaco onanista Jim McTonic les proponía a él y a Mike cada semana, y que solían resolver juntos siempre a última hora. Jackie y Winnie, las repulsivas y malhumoradas del turno de tarde, iban a echar de menos, porque también tenían su corazoncito de solteronas, los pensaban ellas desproporcionados aunque encantadores piropos de Mike, que siempre las ponían de buen humor, pese a que procurasen no exteriorizarlo demasiado. Joseph y Forrest, los celadores nocturnos, no sabrían qué hacer ahora que nadie aullaba en la madrugada y con toda probabilidad se aburrirían mucho recorriendo en silencio los largos pasillos del psiquiátrico.

Lo peor, sin embargo, fue lo del doctor Wolf. Mike había dejado, como nota de suicidio, un enigmático soneto, que llegó a obsesionar hasta tal punto al pobre Marius Wolf que en poco tiempo pasó de alienista a alienado y de cobrar la nómina a ingresar en la nómina de internos de la institución. Pero eso es otra historia.

El soneto de Mike Camel

Si empózome las ya no mudas tibias
en quietas y aun oscuras y hondas calles,
a un solo trago inútil más detalles
doy mi dolor, mis órbitas anfibias.

Ni un ápice de polvo o arenas libias
me orilla la emoción, que incendia valles,
despuebla llamas, desenlaza talles,
si empózome las ya no mudas tibias.

Ausencia de mí mismo en otra ausencia
es mi cabeza, tempestad de ortigas
donde tienen los límites licencia
para ser centro y a la vez esfera.

¡Oh día en hueso!, ¡oh lunas enemigas!,
¡haced de este soneto calavera!


Fin

3 comentarios:

Blancaneus dijo...

He releído Carta de Navegació desde el principio y también El Pozo. Es genial como entrelazas una historia con la otra. Mike está en un sanatorio y Jou trobo es su psicoterapeuta. Mike le habla a una flauta que llama Henry. ¿Entiendo que Carta de navegació es su vida real, y debido a que atropella a su mujer, que le engaña con su hermano, se vuelve loco e ingresa en el sanatorio, siendo El Pozo todo lo que inventa?

Ramón Sanz dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ramón Sanz dijo...

Así es exactamente, aunque las conexiones no acaban ahí. El doctor que enloquece al final, a causa del soneto de Mike, es un viejo conocido: Wolf (Loppo, Llop)