Schopenhauer escribió que la
fe y el amor se parecían porque no se los podía obtener por la fuerza, y no me
estorba el escepticismo y el desdén que mostraba hacia ambos sentimientos
cuando traslado la comparación a la patria y el amor.
Se me advertirá que el amor a la patria se parece más
bien a los lazos familiares, que uno puede elegir con quién se casa pero no a
qué patria pertenece. Yo objetaré de inmediato que esta relación de pertenencia
es propia de épocas pretéritas y que hoy parece muy discutible. Por un lado,
los fenómenos migratorios provocan que millones de personas vivan y asuman como
patria una distinta de aquella donde nacieron. Por otra parte, la frecuente
identificación entre patria y gobierno, incluso en las democracias más
avanzadas (otro residuo del pasado), suscita que muchos ciudadanos experimenten
una progresiva antipatía por el segundo y un cierto desapego por la primera
después.
Así, como en el amor, los gobiernos se entregan a la
seducción de los ciudadanos, con el afán de despertar o prolongar en ellos el
amor a la patria. Si dejamos de lado la referencia a la “masa” o al “pueblo”,
vestigio del lenguaje propio del despotismo ilustrado y del romanticismo, lo
que se establece es una relación de pareja entre el ciudadano, que a veces es
bígamo o adúltero, y la patria, que practica la poligamia. Esta relación tiene
sus crisis, de carácter económico muchas veces, como en ciertos matrimonios, o
por infidelidad de alguna de las partes, y sus momentos culminantes, sus
orgasmos, como ocurre con los logros deportivos nacionales.
Bien podría seguir con el símil, pero creo que no es
necesario. Veamos solo como ejemplo el caso catalán. Prescindiré ahora de
analizar la naturaleza de la relación entre el ciudadano y las dos patrias,
española y catalana, en conflicto, y de si se trata de un caso de fidelidad,
bigamia o adulterio, según el ciudadano, de malos tratos y abandono por parte
de la patria o de simple afán de experimentación extramatrimonial. Lo que me
resulta gracioso, tanto como repugnante, es el entusiasta galanteo de ambas
patrias en su esfuerzo por cautivar al ciudadano. Conmigo vivirás mejor, te
compraré un yate, nuestra vida juntos será una fiesta, estarás en la jet set,
le dice una. Piensa en la familia, en los hijos, en las cosas que hemos vivido
juntos, le dice la otra. No te fíes de ella, o está bien, hagamos un trío,
concede finalmente. No faltan incluso las indecorosas celestinas, como TV3, y
otras cadenas privadas de ámbito estatal, ni los criados obscenos, como el
Departament d’Ensenyament y las malolientes fundaciones tardofranquistas que
galardonan el puro disparate. Ambos Parlamentos, en cambio, se valen de
instrumentos menos eficaces: una estúpida y vacua verborrea de un gobierno
cretino y en funciones y una oposición, quién sabe hasta cuándo provisional
también, majadera.
Por mi parte, y en cuanto a
este tema, siempre preferí el celibato.
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