sábado, 26 de diciembre de 2015

Patria y amor



Schopenhauer escribió que la fe y el amor se parecían porque no se los podía obtener por la fuerza, y no me estorba el escepticismo y el desdén que mostraba hacia ambos sentimientos cuando traslado la comparación a la patria y el amor.
            Se me advertirá que el amor a la patria se parece más bien a los lazos familiares, que uno puede elegir con quién se casa pero no a qué patria pertenece. Yo objetaré de inmediato que esta relación de pertenencia es propia de épocas pretéritas y que hoy parece muy discutible. Por un lado, los fenómenos migratorios provocan que millones de personas vivan y asuman como patria una distinta de aquella donde nacieron. Por otra parte, la frecuente identificación entre patria y gobierno, incluso en las democracias más avanzadas (otro residuo del pasado), suscita que muchos ciudadanos experimenten una progresiva antipatía por el segundo y un cierto desapego por la primera después.
            Así, como en el amor, los gobiernos se entregan a la seducción de los ciudadanos, con el afán de despertar o prolongar en ellos el amor a la patria. Si dejamos de lado la referencia a la “masa” o al “pueblo”, vestigio del lenguaje propio del despotismo ilustrado y del romanticismo, lo que se establece es una relación de pareja entre el ciudadano, que a veces es bígamo o adúltero, y la patria, que practica la poligamia. Esta relación tiene sus crisis, de carácter económico muchas veces, como en ciertos matrimonios, o por infidelidad de alguna de las partes, y sus momentos culminantes, sus orgasmos, como ocurre con los logros deportivos nacionales.
            Bien podría seguir con el símil, pero creo que no es necesario. Veamos solo como ejemplo el caso catalán. Prescindiré ahora de analizar la naturaleza de la relación entre el ciudadano y las dos patrias, española y catalana, en conflicto, y de si se trata de un caso de fidelidad, bigamia o adulterio, según el ciudadano, de malos tratos y abandono por parte de la patria o de simple afán de experimentación extramatrimonial. Lo que me resulta gracioso, tanto como repugnante, es el entusiasta galanteo de ambas patrias en su esfuerzo por cautivar al ciudadano. Conmigo vivirás mejor, te compraré un yate, nuestra vida juntos será una fiesta, estarás en la jet set, le dice una. Piensa en la familia, en los hijos, en las cosas que hemos vivido juntos, le dice la otra. No te fíes de ella, o está bien, hagamos un trío, concede finalmente. No faltan incluso las indecorosas celestinas, como TV3, y otras cadenas privadas de ámbito estatal, ni los criados obscenos, como el Departament d’Ensenyament y las malolientes fundaciones tardofranquistas que galardonan el puro disparate. Ambos Parlamentos, en cambio, se valen de instrumentos menos eficaces: una estúpida y vacua verborrea de un gobierno cretino y en funciones y una oposición, quién sabe hasta cuándo provisional también, majadera.

Por mi parte, y en cuanto a este tema, siempre preferí el celibato.

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