Sé que los aniversarios no
son más que un ejemplo de la manía clasificatoria de nuestra especie. Lo
ordenamos, lo numeramos todo porque no soportamos la indeterminación. Cada día
del año está dedicado a una conmemoración: una enfermedad, la patria, una lacra
social, un descubrimiento. Con ello pretendemos recordar, subrayar nuestra
obstinación, pero con frecuencia lo olvidamos todo salvo el paso del tiempo.
Se trata también de un acto de imaginación poética, y desde
luego que los cumpleaños no escapan a esta mirada introspectiva a nuestra
propia naturaleza:
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
[...]tal
es la poesía (Borges, «Arte poética»)
Nos felicitan y «Bien —pensamos—, seguimos vivos». Proclamamos
nuestra continuidad y nos repetimos «sigo vivo, sigo vivo», como en aquel antiguo
cuento jasídico:
Rabí Rafael de Bershad dijo: «Dicen que
el orgulloso renace como las abejas. Porque, en su corazón, el hombre soberbio
piensa: Yo soy un escritor, yo soy un
cantor, yo soy grande en el estudio. Y verdad es lo que se dice de hombres
semejantes: que no se volverán hacia Dios ni siquiera en el umbral del
infierno. Renacen después de su muerte y nacen de nuevo como abejas que zumban
y zumban: yo soy, yo soy, yo soy.»
Pero si introducimos un principio
de filantropía, podemos entonces advertir que los demás también siguen vivos, y
el cumpleaños se convierte en la celebración de una prórroga del apocalipsis.
Sin duda, las dos posturas anteriores, con sus matices, son
las más juiciosas en un cumpleaños. La poesía, en cambio, ese paraíso de la
insensatez, tiende casi invariablemente al pesimismo en los poemas de
cumpleaños, llenos de reproches y de premoniciones de la muerte. Como muestra,
dos ejemplos:
CUMPLEAÑOS
Un
año es como un torpe dromedario
y
abrimos sobre él otro desierto.
Hemos
venido en un camello muerto
sobre
el que cabalgamos a diario.
¿Será
cada año otra cabalgadura?
¿Cumplir
años será algo más que un reto
o
será ir descubriendo ese secreto
que
nos espera tras la puerta oscura?
Cumplir
años es como apostar fuerte
por
la lenta derrota de la muerte
y
ver que aún sigue abierta nuestra herida.
[...]
(Leopoldo
De Luis)
CUMPLEAÑOS
Yo
lo noto: cómo me voy volviendo
menos
cierto, confuso,
disolviéndome
en aire
cotidiano,
burdo
jirón
de mí, deshilachado
y
roto por los puños.
Yo
comprendo: he vivido
un
año más, y eso es muy duro.
¡Mover
el corazón todos los días
casi
cien veces por minuto!
Para
vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.
(Ángel
González)
Hay un término medio, entre la alegría (otra negligencia) y
la desesperación por el paso de los años, con el que, si no me siento más afín,
al menos no me produce tanta incomodidad. Son aquellos poemas presididos por la
nostalgia de la juventud y sobre todo de la infancia (la infancia y la vejez
son las épocas más propicias para la celebración de los cumpleaños), como este,
mi preferido, de Pessoa, y con el que acabo:
CUMPLEAÑOS
En
el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños,
yo
era feliz y nadie estaba muerto.
En
mi antigua casa, hasta cumplir años era una tradición de hace siglos,
y la
alegría de todos, y la mía, armonizaba con una religión cualquiera.
En
el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños
yo
tenía la gran salud de no percibir ninguna cosa,
de
ser inteligente entre la familia,
y de
no tener las esperanzas que los otros tenían en mí.
Cuando
llegué a tener esperanzas, ya no sabía tener esperanzas.
Cuando
llegué a tener la vida, perdí el sentido de la vida.
Si
lo que fui de supuesto en mí mismo,
lo
que fui de corazón y parentesco,
lo
que fui de fiestas de media provincia,
lo
que fui de ámenme y soy niño,
lo
que fui -¡ay, Dios mío! Lo que sólo hoy sé que fui…
A
qué distancia…
(ni
lo encuentro)
¡El
tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños!
Lo
que ahora soy es como la humedad en el corredor final de la casa,
poniendo
espigas en las paredes…
Lo
que ahora soy (y la casa de los que me amaron tiembla a través de mis
lágrimas),
lo
que ahora soy es haber vendido la casa,
es
haber muerto todos,
es
sobrevivir a mí mismo como un fósforo frío…
En
el tiempo en que festejaban mi cumpleaños…
¡Qué
mi amor, como una persona, ese tiempo!
Deseo
físico del alma de encontrarse allí otra vez,
por
un viaje metafísico y carnal,
como
una dualidad de yo para mí…
¡Comer
el pasado con pan de hambre, sin tiempo de mantequilla en los dientes!
Veo
todo otra vez con una nitidez que me ciega para lo que hay aquí…
La
mesa puesta con más lugares, con mejores diseños en la loza, con más vasos,
la
alacena con muchas cosas -dulces, frutas, el resto en la sombra debajo del
alzado-,
las
tías viejas, los primos diferentes, y todo era por mi causa,
en
el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños…
¡Deténte,
corazón!
¡No
pienses! ¡Deja el pensar en la cabeza!
¡Oh,
Dios mío, Dios mío, Dios mío!
Hoy
ya no cumplo años.
Duro.
Se
me suman los días.
Seré
viejo cuando lo sea.
Nada
más.
¡Rabia
de no haber traído el pasado guardado en el bolsillo!
¡El tiempo en que festejaban el día de
mi cumpleaños…!
Fernando
Pessoa