lunes, 1 de febrero de 2016

Mierda



La Organización Mundial de la Salud propone la calificación de películas para adultos de aquellas cintas en la que aparecen personajes fumando. Bien, bien. Ya basta de pervertir a los jóvenes y de incitarlos a chamuscar su vida. Mejor quemar el arte.
Ya puestos, se podría hacer lo mismo con todas las películas en las que aparece un político corrupto, porque estimulan el cohecho y el nepotismo, o en las que alguien atraviesa una calle sin usar un paso de cebra, o se tira un pedo o se mete un dedo en la nariz o si no hace los deberes cuando vuelve de la escuela.
Ya puestos, retomemos la costumbre postrentina de mutilar las estatuas o cubrir con hojas los genitales. Buena parte de los cineastas ya se han visto obligados a esta autocensura.
Ya puestos, desterremos otra vez de la república a los poetas.
Decorum, decorum. Merdam.

sábado, 26 de diciembre de 2015

Patria y amor



Schopenhauer escribió que la fe y el amor se parecían porque no se los podía obtener por la fuerza, y no me estorba el escepticismo y el desdén que mostraba hacia ambos sentimientos cuando traslado la comparación a la patria y el amor.
            Se me advertirá que el amor a la patria se parece más bien a los lazos familiares, que uno puede elegir con quién se casa pero no a qué patria pertenece. Yo objetaré de inmediato que esta relación de pertenencia es propia de épocas pretéritas y que hoy parece muy discutible. Por un lado, los fenómenos migratorios provocan que millones de personas vivan y asuman como patria una distinta de aquella donde nacieron. Por otra parte, la frecuente identificación entre patria y gobierno, incluso en las democracias más avanzadas (otro residuo del pasado), suscita que muchos ciudadanos experimenten una progresiva antipatía por el segundo y un cierto desapego por la primera después.
            Así, como en el amor, los gobiernos se entregan a la seducción de los ciudadanos, con el afán de despertar o prolongar en ellos el amor a la patria. Si dejamos de lado la referencia a la “masa” o al “pueblo”, vestigio del lenguaje propio del despotismo ilustrado y del romanticismo, lo que se establece es una relación de pareja entre el ciudadano, que a veces es bígamo o adúltero, y la patria, que practica la poligamia. Esta relación tiene sus crisis, de carácter económico muchas veces, como en ciertos matrimonios, o por infidelidad de alguna de las partes, y sus momentos culminantes, sus orgasmos, como ocurre con los logros deportivos nacionales.
            Bien podría seguir con el símil, pero creo que no es necesario. Veamos solo como ejemplo el caso catalán. Prescindiré ahora de analizar la naturaleza de la relación entre el ciudadano y las dos patrias, española y catalana, en conflicto, y de si se trata de un caso de fidelidad, bigamia o adulterio, según el ciudadano, de malos tratos y abandono por parte de la patria o de simple afán de experimentación extramatrimonial. Lo que me resulta gracioso, tanto como repugnante, es el entusiasta galanteo de ambas patrias en su esfuerzo por cautivar al ciudadano. Conmigo vivirás mejor, te compraré un yate, nuestra vida juntos será una fiesta, estarás en la jet set, le dice una. Piensa en la familia, en los hijos, en las cosas que hemos vivido juntos, le dice la otra. No te fíes de ella, o está bien, hagamos un trío, concede finalmente. No faltan incluso las indecorosas celestinas, como TV3, y otras cadenas privadas de ámbito estatal, ni los criados obscenos, como el Departament d’Ensenyament y las malolientes fundaciones tardofranquistas que galardonan el puro disparate. Ambos Parlamentos, en cambio, se valen de instrumentos menos eficaces: una estúpida y vacua verborrea de un gobierno cretino y en funciones y una oposición, quién sabe hasta cuándo provisional también, majadera.

Por mi parte, y en cuanto a este tema, siempre preferí el celibato.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Una cuestión zoológica

Los dirigentes de este país (porque es el que conozco), y da lo mismo que tengan un escaño en el Parlamento que acampen en una concejalía de cualquier ayuntamiento, observan la verdad a distancia como se hace con un animal que se sabe peligroso, al que se puede fotografiar o disparar, según la inclinación de cada cual, y al que en todo caso hay que mantener encerrado y sedado en todo momento. De aquí que cualquier discusión sobre cumplimiento de programas y promesas, presupuestos, previsiones económicas o identidad nacional, por ejemplo, no sean más que una cuestión zoologica.

martes, 1 de diciembre de 2015

Sin más

Podría justificarme y confesar al menos que he vivido, pero estaría mintiendo, al menos que acepte que vivir es simplemente dejarse consumir por el tiempo.
Hace justo un año que no publico nada aquí. Si digo que al menos he escrito, aunque fuera cierto, me parecería demasiado a esos escritores de una obra en que siempre trabajan y nunca ve ni verá la luz. La verdad, puede que ese sea también mi caso.

Llevo meses sin decidirme a publicar una nueva entrada solo por justificar lo inexcusable: una razón para escribir, no un blog sino una sola línea.

Pero aquí está, sin más.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Cumpleaños

Sé que los aniversarios no son más que un ejemplo de la manía clasificatoria de nuestra especie. Lo ordenamos, lo numeramos todo porque no soportamos la indeterminación. Cada día del año está dedicado a una conmemoración: una enfermedad, la patria, una lacra social, un descubrimiento. Con ello pretendemos recordar, subrayar nuestra obstinación, pero con frecuencia lo olvidamos todo salvo el paso del tiempo.
         Se trata también de un acto de imaginación poética, y desde luego que los cumpleaños no escapan a esta mirada introspectiva a nuestra propia naturaleza:

Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
[...]tal es la poesía (Borges, «Arte poética»)

         Nos felicitan y «Bien —pensamos—, seguimos vivos». Proclamamos nuestra continuidad y nos repetimos «sigo vivo, sigo vivo», como en aquel antiguo cuento jasídico:

Rabí Rafael de Bershad dijo: «Dicen que el orgulloso renace como las abejas. Porque, en su corazón, el hombre soberbio piensa: Yo soy un escritor, yo soy un cantor, yo soy grande en el estudio. Y verdad es lo que se dice de hombres semejantes: que no se volverán hacia Dios ni siquiera en el umbral del infierno. Renacen después de su muerte y nacen de nuevo como abejas que zumban y zumban: yo soy, yo soy, yo soy

Pero si introducimos un principio de filantropía, podemos entonces advertir que los demás también siguen vivos, y el cumpleaños se convierte en la celebración de una prórroga del apocalipsis.
         Sin duda, las dos posturas anteriores, con sus matices, son las más juiciosas en un cumpleaños. La poesía, en cambio, ese paraíso de la insensatez, tiende casi invariablemente al pesimismo en los poemas de cumpleaños, llenos de reproches y de premoniciones de la muerte. Como muestra, dos ejemplos:

CUMPLEAÑOS

Un año es como un torpe dromedario
y abrimos sobre él otro desierto.
Hemos venido en un camello muerto
sobre el que cabalgamos a diario.
¿Será cada año otra cabalgadura?
¿Cumplir años será algo más que un reto
o será ir descubriendo ese secreto
que nos espera tras la puerta oscura?
Cumplir años es como apostar fuerte
por la lenta derrota de la muerte
y ver que aún sigue abierta nuestra herida.
[...]
(Leopoldo De Luis)

CUMPLEAÑOS
Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños.

Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.
(Ángel González)

         Hay un término medio, entre la alegría (otra negligencia) y la desesperación por el paso de los años, con el que, si no me siento más afín, al menos no me produce tanta incomodidad. Son aquellos poemas presididos por la nostalgia de la juventud y sobre todo de la infancia (la infancia y la vejez son las épocas más propicias para la celebración de los cumpleaños), como este, mi preferido, de Pessoa, y con el que acabo:

CUMPLEAÑOS
En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños,
yo era feliz y nadie estaba muerto.
En mi antigua casa, hasta cumplir años era una tradición de hace siglos,
y la alegría de todos, y la mía, armonizaba con una religión cualquiera.
En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños
yo tenía la gran salud de no percibir ninguna cosa,
de ser inteligente entre la familia,
y de no tener las esperanzas que los otros tenían en mí.
Cuando llegué a tener esperanzas, ya no sabía tener esperanzas.
Cuando llegué a tener la vida, perdí el sentido de la vida.
Si lo que fui de supuesto en mí mismo,
lo que fui de corazón y parentesco,
lo que fui de fiestas de media provincia,
lo que fui de ámenme y soy niño,
lo que fui -¡ay, Dios mío! Lo que sólo hoy sé que fui…
A qué distancia…
(ni lo encuentro)
¡El tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños!
Lo que ahora soy es como la humedad en el corredor final de la casa,
poniendo espigas en las paredes…
Lo que ahora soy (y la casa de los que me amaron tiembla a través de mis lágrimas),
lo que ahora soy es haber vendido la casa,
es haber muerto todos,
es sobrevivir a mí mismo como un fósforo frío…
En el tiempo en que festejaban mi cumpleaños…
¡Qué mi amor, como una persona, ese tiempo!
Deseo físico del alma de encontrarse allí otra vez,
por un viaje metafísico y carnal,
como una dualidad de yo para mí…
¡Comer el pasado con pan de hambre, sin tiempo de mantequilla en los dientes!
Veo todo otra vez con una nitidez que me ciega para lo que hay aquí…
La mesa puesta con más lugares, con mejores diseños en la loza, con más vasos,
la alacena con muchas cosas -dulces, frutas, el resto en la sombra debajo del alzado-,
las tías viejas, los primos diferentes, y todo era por mi causa,
en el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños…
¡Deténte, corazón!
¡No pienses! ¡Deja el pensar en la cabeza!
¡Oh, Dios mío, Dios mío, Dios mío!
Hoy ya no cumplo años.
Duro.
Se me suman los días.
Seré viejo cuando lo sea.
Nada más.
¡Rabia de no haber traído el pasado guardado en el bolsillo!
¡El tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños…!
Fernando Pessoa