Me hubiera gustado ser un
escritor argentino. Todo menos un filósofo francés o cualquiera de las
horribles combinaciones que puedan producir estos términos: un escritor
filósofo me hace pensar en Azorín, y se me revuelve el estómago, un escritor
francés en una insoportable presión acentual que me obliga a ir al baño, y un
filósofo argentino me hace presente a Bucay, y no decir y no pensar en nada. Por
eso no entiendo la intención de la nota que Blancaneus escribía en la entrada
anterior, “Sobre la verdad”:
Per
sortir una mica de l'obscurantisme, Discours
de la Methode [sic], pour bien
conduire la [sic] raison et chercher
la verité [sic] dans les sciencies.
Lo del oscurantismo no sé
cómo tomármelo, pero si se trata de un reproche hacia mi estilo, yo leo como un
halago. En cuanto a la referencia a Descartes, en fin... aquí me resulta más
difícil justificarme. Como Borges, muchas veces he abordado el estudio de la
filosofía, pero siempre me ha interrumpido la felicidad.
El otro día, sí, escribía sobre la verdad, pero no se
trataba más que de un divertimento literario, o esa era al menos mi vanidosa
pretensión. Como mucho, me interesa la ética, es decir, la respuesta a la
segunda de las tres preguntas en que considera Kant el interés de la razón, «¿qué
debo hacer?», en su Crítica de la Razón
pura. Descartes estaba más preocupado por la teoría del conocimiento. Al
menos, eso recuerdo de su Discurso del
método, una lectura adolescente que hoy ya no me atrevo a comentar. Como he
dicho, la filosofía siempre me fue esquiva. Solía contemplar las ideas más como
productos estéticos que otra cosa y como que no soy platónico, la relación
entre verdad y belleza tampoco me ha parecido nunca necesaria. Lo demás, solo
juegos especulativos y a veces del todo infantiles, como la costumbre,
alimentada por el querido señor Bor, que sí es en cambio un profundo conocedor
de la filosofía, de divertirme con los nombres de los grandes pensadores de la
historia: Quico Cansalà (Francis Bacon), Orgasmo de Rotterdam, Duns Escroto, y
cosas peores.
¿Descartes? Nunca bromeé con él, seguramente porque cuando
estaba en el instituto un compañero siempre contaba la misma anécdota, que
nunca supe de dónde había sacado, en que alguien citaba, confusamente tal vez,
pero con innegable clarividencia, a Sócrates y a Descartes de un solo tajo:
«Solo sé que no sé nada, luego existo.»
1 comentario:
Yo lo pienso..., y no existo...ya.
Aun así te diré que inmersa en tu divertimento literario, y con miedo a que la verdad me enloqueciera, recordé el método de conocimiento de Descartes y me así a él como tabla de salvación.
Pensar, pienso, pero existir...., no existo
Publicar un comentario