domingo, 4 de noviembre de 2012

Cuerpo insepulto



El título de esta entrada –necesariamente tengo que empezar por una confesión− es en realidad su conclusión. Pero quiero contarlo todo desde el principio y, si nadie se siente particularmente molesto, del modo menos extraordinario posible, porque nada hay de prodigioso en los motivos del lobo −o del acechador de palabras ajenas− sino la forma en que la pieza perseguida queda finalmente despedazada, extraña paradoja, es verdad, que el resultado de una carnicería siga siendo, aunque distinto al que fue antes, un conjunto.
Hace dos o tres días, yo esperaba –había llegado pronto– y él llegaba tarde, me dijo. El encuentro fue breve, como desde hace años nos sucede. Cuando nos despedimos –el tiempo de mi espera se había reducido y él seguía llegando tarde, un poco más–, pensé en seguida en los versos de un conocido poema de Jaime Gil de Biedma, «Amor más poderoso que la vida»:

...Perdido y encontrado.
Encontrado, perdido…

Juan me dijo, al despedirnos, que me llamaría y que quedaríamos para tomar un café y charlar un rato. Luego caí en que no sé si tiene mi número de teléfono y en que yo, seguro, no tengo el suyo. No importa. Tenemos amigos comunes, vivimos los dos en Reus y, desde luego, sabemos dónde encontrarnos.
Poco después, el mismo día, fisgando sin ningún propósito determinado –el verbo catalán tafanejar define con precisión esta actividad–  en facebook me encontré con este breve poema que el mismo Juan exponía:

DOBLE TRISTEZA
Este lunes por la mañana
pierdo un billete de 50 euros.
Gano un amigo que nunca conoceré.

Juan López-Carrillo, autor de unos cuantos libros de poesía (Los años vencidos, Poemax, 69/modelo para amar, Los muertos no van al cine, y soy consciente de que no agoto la nómina), tiene el envidiable don de la brevedad, pero nada que ver con el huero laconismo de esos pueriles iluminados que encuentran en el haiku la excusa para decir ningunas cosas en la nada. Juan López-Carrillo puede ser conciso –cierto que solo cuando escribe, en contraste con su entrañable generosidad en la conversación– pero nunca irrelevante.
Todo, el encuentro, el recuerdo de Gil de Biedma, la lectura del poema de Juan, me lleva, como siempre, a otra parte. En estas horas de domingo que consumen el fin de semana, me reencuentro también con Wallace Stevens, hojeo las páginas de una manoseada antología que hace años que tomo y vuelvo a ubicar en mi biblioteca y acierto a abrirla por la página que reproduce uno de los textos más estimados por los arduos lectores de su autor, «Long and Sluggish Lines». Sus tres versos finales dicen

The life of the poem in the mind has not yet begun.
You were not born yet when the trees were crystal
Nor are you now, in this wakefulness inside a sleep.

(La vida del poema en la mente aún no ha comenzado.
Aún no habías nacido cuando los árboles eran cristal
ni has nacido ahora, en esta vigilia dentro de un sueño.)

Y pienso cuándo se ha gestado todo para llegar a este punto, y qué termina aquí y a qué –lo que más me inquieta– dará comienzo este cuerpo despedazado, este cadáver hecho de recuerdos propios y de palabras ajenas y de sueños robados y de vigilias olvidadas. Tanta devastación, ¿no encubre la secreta belleza –no la «doble tristeza»– de intuir que, aunque desconocido, tal vez todo tenga algún sentido?

2 comentarios:

Pau Roig dijo...

Siempre quiso decirlo, así qué le alquilé mi pluma para que pudiera hacerlo. En un momento se preparó y la dijo. "Hostia que guay este relato!". Y la novela continuó sin el.

Ramón Sanz dijo...

Exactamente, Pau. Esa es la idea de Emerson, que dice que la literatura es una obra de colaboración universal, consciente o inconsciente, una sola obra que todos escribimos.