domingo, 16 de septiembre de 2012

Como la calle antes del crimen


Vuelvo, tras la dilatada ausencia veraniega, y hallo que, desde lejos, todo parece menos importante. Vuelvo, en el fondo, de volver, pues siempre estoy llegando, y como la saeta eleática, no acabo nunca de llegar o es que no busco donde tengo que buscar o peor aun, que ni siquiera he salido.

En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto varïar vida y destino,
tras tanto de uno en otro desatino,
pensar todo apretar, nada cogiendo;
tras tanto acá y allá, yendo y viniendo
cual sin aliento, inútil peregrino;
¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino
yo mismo de mi mal ministro siendo,
hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
del mundo es lo mejor que en él se asconde,
pues es la paga dél muerte y olvido

Siempre me ha conmovido y he envidiado la serenidad y la entereza del capitán Aldana; y qué mejor consejo, en muchos casos, que el que escribe en este soneto: lo mejor, la muerte y el olvido. Para muchas cosas, desde luego, sobre todo si del empeño de la memoria no se extrae ninguna enseñanza sino rencor únicamente.
No. No estoy pensando en el asunto de la tortuga de Rafael. Ni siquiera en Ana Red, cuyo recuerdo, después de tanto tiempo, ha vuelto a traer mi querido Andrei hasta estas páginas. Pienso en un país sumido en una crisis económica que amenaza llegar a la miseria, en una crisis de ideas que es ya la miseria y una crisis ética que hace pagar a los de siempre, como siempre, y exime, como siempre, a los de siempre.
Y las protestas, pese a la apariencia, son mínimas, casi inexistentes, superficiales, dispersas. Me hace pensar en el inicio del «Nocturno en que nada se oye» de Xavier Villaurrutia: “En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimen”. Sin protestas, digo. A lo sumo pequeñas distracciones, como la tan manida manifestación del 11 de setiembre en Barcelona.
Apesta, de verdad que apesta. Que si voy, que si no voy. Que si pongo una pancarta o si pongo otra. Lo que ocurre es que muchos hablan de la independencia de Cataluña pero muy pocos creen en ella. Es solo una moneda de cambio, un instrumento de negociación. Y una manera más de engañar y entretener a los ciudadanos. En Cataluña, la culpa es de los de Madrid, que les roban. En otras partes, los catalanes son unos insolidarios y dificultan la recuperación del conjunto del Estado. Pero no se oye a nadie asumir su parte de culpa.
No pienso opinar sobre el tema de la independencia. Yo apenas tengo patria y, desde luego, por encima de la bandera, de la lengua, de la cultura, sigo los dictados de la razón. Así que inevitablemente lo que diría molestaría a unos y a otros y los pondría en una situación incómoda. Me ahorro las palabras, pues.
Lo que he hecho de menos, de todas formas, es una reflexión juiciosa sobre qué sería ese Estado catalán, fuera de las entusiastas profecías de algunos sectores proindependentistas y del almanaque postapocalíptico de los dirigentes del PP. Para empezar, parece más que razonable descartar unos Països Catalans independientes, al menos a corto y medio plazo. Tampoco, en términos económicos individuales, hay que dejarse engañar. El problema es el sistema capitalista: las clases medias trabajadoras pasarán de ser explotadas de unos “amos” a otros y el centralismo pasará de Madrid a Barcelona, y tal vez sea incluso más agresivo. En cuanto a los “peligros” anunciados por los contrarios a la independencia, tampoco son reales. Ni tanques ni exclusión europea ni una nueva sociedad monolingüe catalana. Es tarde para eso. Cuesta pensar en una Cataluña llena de sí, sitiada en su epidermis –parafraseo a Villaurrutia de nuevo–, en una isla de monólogos sin eco. La realidad es que los hablantes de castellano en Cataluña son, al menos, la mitad, si no más. Eso no se puede ignorar. ¿Exterminarlos? Ya digo, es tarde para eso, y son demasiados. ¿Convencerlos de que abandonen su lengua en favor del catalán? Todo puede ser pero no parece fácil abandonar una lengua que hablan millones de personas en favor de otra minoritaria, incluso imaginando la mejor de las situaciones económicas que la hiciesen infinitamente más prestigiosa. Lo de la economía es otro tema. Ya lo decía antes, el problema es el sistema, la mayor fuente de injusticias. Las amenazas de que Cataluña perdería el mercado español ante un eventual bloqueo son ridículas. La gente compra mayoritariamente en función de sus posibilidades y de la relación entre calidad y precio. Si Cataluña ofrece productos competitivos en este sentido, tendrá mercado. Y lo tendrá en España y en otros lugares. El problema es que lo perderá también, pero no a causa de ese hipotético bloqueo sino por la competencia de los chinos.
Lo más sensato sería dejarse de tantas mamarrachadas y ponerse a trabajar de verdad. Y a pensar. Unos y otros. ¡Huy! ¡Pero qué he dicho! ¡Yo que me había prometido no molestar a nadie ni pedir cosas difíciles!

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