jueves, 9 de agosto de 2012

Estado itinerante

Mi estado itinerante no me permite... decía días atrás, inmerso en asuntos cuyo carácter personal (aunque no por ello exento de prosaísmo, muy personal también) me hace abandonar la idea de explicarlos, no me permite ocuparme de tareas más gratas, como esta publicación, según me encomendó el Sr. Sanz que hiciera durante su ausencia, que espero que no se alargue en exceso.

Tengo la intención y las  huerzas, y ahora también el tiempo, pero no los medios ni un conocimiento suhiciente de algunas cuestiones que se me muestran oscuras en relación a todo este asunto de los sonetos elegíacos a una tortuga y a las múltiples identidades implicadas. No por ello me rindo, y conhío en poder ohrecer en breve algo más que las vagas conheturas que ahora tengo. En todo caso, si ello no  huera posible, seguiré el conseho del Sr. Sanz (en adelante solo S) y escribiré en otras líneas sugeridas por él mismo antes de su marcha.

También, en cuanto resuelva los pequehos inconvenientes que ocasiona no contar temporalmente con las comodidades de una residencia hiha y me provea de unos instrumentos más adecuados de los que dispongo ahora (escribo en un teclado mugriento y al que le haltan algunas teclas, que he optado por sustituir siempre por “h”, de ahí las haltas y algunas distracciones motivadas por la dihicultad, de un pc del siglo pasado, en un motel cochambroso que a duras penas se levanta en esta parte de Ningunaparte (el lugar tiene un nombre que contiene varios de los caracteres desparecidos del teclado y por eso no lo escribo), podré redactar estas notas con más asiduidad y pulcritud.

Por el momento, únicamente un recuerdo a mi querida Ana Red, que me envió este poema (por suerte en hormato electrónico y libre por tanto de las limitaciones de este teclado que me tortura) que ahora publico:

Mi amor
Mi amor como una piedra encima de una piedra
y otra piedra y otra piedra y otra piedra,
como una piedra a punto de florecer,
como la cena de los viernes,
como la rosa dejada sobre la mesa de la noche de piedra.
Mi amor que me vuelve madre como lo  fue mi madre,
la madre de mi madre,
como el fundamento de mi casa
pero también como las aves pintadas que la sobrevuelan.
Mi amor que va y que viene,
que me esposa, me ama, me azota y se me muere entre los brazos,
–llanto, la risa niña.
Mi amor que anda a la caza y es cazado.
Mi amor que duerme a mi lado y me despierta.
Mi amor que me habla cada día
y que calla lo mismo que yo callo
y que se siente preso en la inmensidad
y libre cuando más fuerte lo enlazan mis piernas.
Mi amor que me ha levantado sobre mí misma
y que me ha dado esperanza sin esperar nada,
que me ilumina cuando estoy más oscura.
Mi amor, ¿a dónde ha ido,
que su ausencia se levanta como una piedra encima de una piedra
y otra piedra y otra piedra y otra piedra?
Ana Red

4 comentarios:

Rafael dijo...

Desde el sofá, aturdido por la absurda persistencia del verano, voy cazando al vuelo las estampas - recuerdos e invenciones - que vienen planeando desde el horizonte sombrío; las atrapo con gesto repentino y tras una primera inspección, las restauro con esmero, como suele hacerse con los viejos cuadros o con las películas mudas.
Reconstruyo ahora una visión reciente: Acudo a curiosear en un aquaterrario donde se exponen reptiles, arácnidos y pequeños mamíferos en hábitats fingidos. Una ciudad escandinava, a orillas del Báltico, acoge este recinto donde se recrean ambientes desérticos o tropicales. El contraste entre la latitud real y la postiza intensifica el carácter ficticio de aquel espacio.
Descubro una vitrina que muestra un escenario sumergido - las entrañas de un posible rio americano - donde se alberga un monstruo: la tortuga caimán (Macrochelys temminckii). Su figura azulada, imponente, inmóvil, se oculta tras un recodo del lecho fluvial. El animal espera, no tiene prisa; sabe que la víctima está cerca.
http://www.konicaminolta.com/kids/endangered_animals/library/sea/img/alligator-snapping-turtle_img01-l.jpg
Es curioso que de entre los seres vivos que más amo y necesito - los quelonios - haya surgido tal pesadilla; criatura inclasificable cuya inmovilidad, horrible anatomía y constante acecho, me aterran y me fascinan.
Se me ocurre un disparate: ¿Y si mis rechonchas, amables y vegetarianas tortugas fallecidas se hubieran transformado en espectros horrendos que, pacientes y voraces, aguardan el paso de mi nave, ocultas en las profundidades de la Estigia?
Comparto esta espantosa fantasía con vosotros y de este modo me libero parcialmente de su opresión.

Blancaneus dijo...

Querido Rafael,
haces bien en compartir tal espantosa fantasía producto, sin duda, del delirio que provoca en todos nosotros el asfixiante calor de estos días.
Pero he de decirte que yo he conocido en sueños, tortuga gigante y hermosa de nombre George. Falleció hace poco, el pasado mes de Junio,la última de su especie, en Pinta.
Dormida en el sofá, una de estas noches calurosas, soñé navegar el Océano Pacífico montada en la especial concha de George. Me llevó al Paraíso, y te aseguro que estaba repleto de rechonchas, amables y vegetarianas tortugas. Incluso pude hablar con ellas,( es lo que tenemos los "dibus") pero no recuerdo el nombre de todas.

Rafael dijo...

Me alegro, Blancaneus, de que tus ensonaciones - el teclado es nordico - te lleven a paisajes y encuentros mucho mas agradables que los mios. La tragica figura de George, deambulando por la isla, asediado por un destino irrevocable, siempre sera mas grata a los ojos que el rostro indescriptible de la tortuga caiman.
Agradezco, por lo demas, el testimonio sobre tu visita al Paraiso, aunque mucho me temo que debere modificar bastante mis habitos de pensamiento, palabra y obra para acceder algun dia a ese lugar.

Andrei Distrievich dijo...

Ya Ramón me había advertido que no podría eludir por mucho tiempo el asunto de las tortugas, aunque no me dijo que la discusión al respecto tomara estos senderos (la pesadilla, el comercio entre los elementos de la realidad y la ficción, las visitas al paraíso...), que tan difíciles se me hacen de recorrer.
Lo que sí puedo es publicar el siguiente soneto de la serie de intercambios entre Mario Loppo, "Rafael" y "Tere", aunque era otro mi propósito, como había anunciado, y mis comentarios probablemente no seguirán los pasos (por no decir que no serán dignos) de los realizados por el Sr. Sanz.
En todo caso, mi simplicidad tal vez convenga ahora que suficiente intriga ofrece ya la realidad: Rafael en el Báltico, Blancaneus en las Galápagos, y ambos buscando (o volviendo de) el paraíso.