domingo, 15 de enero de 2012

Caperucita y M. Loppo

Llegó recientemente a mis manos un correo firmado con el seudónimo "Caperucita", que durante unas semanas ha quedado inédito, pero no olvidado, a la espera de las consideraciones de quien ahora lo hace finalmente público. Numerosas veces he vuelto sobre él, indeciso ante la disyuntiva de publicarlo o cedérselo al silencio y al olvido, pues es tal su naturaleza, su tono, sus inicuas intenciones, que hubiera deseado condenarlo a la indiferencia. Sin embargo, eran a la vez tan grandes la inquietud y el recelo de que acabase viendo la luz por otros medios (y de ello me previene Andrei Distrievich, que también ha recibido copia) que, para conjurar el peligro de que sea malinterpretado y que se vean satisfechos sus retorcidos designios, he preferido darlo a conocer yo mismo.
El correo en cuestión contiene únicamente un soneto, firmado por un o una tal "Caperucita", y hace manifiesta referencia a dos sonetos de Mario Loppo que he publicado aquí anteriormente, Sin pánico, sin lástima, sin ira y Labrado está en mi verso ese modelo. El anónimo, para no hurtalo durante más tiempo al examen del lector antes de seguir con su comentario, dice así:

A Mario Loppo y su oscuro objeto de deseo

Fiarse de palabra de poeta
es improdente: cambian como el viento
cada discurso y cada pensamiento
cual si jugaran con una probeta.

Tomad a Mario Loppo como ejemplo
(que, por cierto, su apellido no engaña):
cuando quiere sus versos enmaraña
con mentiras tan grandes como un templo.

Si ahora finge ser de hielo y en cubos
fijarse, no os fiéis, porque mañana
querrá clavar sus dientes en los culos

incautos, sino ved cómo se excita,
e indecoroso, ved cuánto se afana.
Huelo lobos por ser Caperucita.

Caperucita

Al comenzar a leerlo, nada hacía presagiar su injuriosa conclusión. La afirmación inicial, que sostiene el carácter ficcional del género lírico, siempre me parecerá conveniente, dada la generalizada tendencia a identificar el yo lírico del poema con el yo empírico del poeta, y a figurarse al instante que lo que firma el primero es la confesión íntima, sincera, autobiográfica del segundo. Aunque la confusión es antigua, no lo son menos los escrúpulos ante tal arbitraria contaminación, como ya puede comprobarse cuando Cervantes, por boca de Don Quijote, pone en tela de juicio la convención del amor petrarquista y advierte de su condición ficticia:

no todos los poetas que alaban damas debajo de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es verdad que las tienen. ¿Piensas tú que las Amarilis, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Fílidas y otras tales de que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias están llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquellos que las celebran y celebraron? No, por cierto, sino que las más se las fingen por dar subjeto a sus versos y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo.
(Don Quijote, primera parte, cap. XXV)

El segundo cuarteto, si bien no hace más que ilustrar con el caso de nuestro querido Mario Loppo la aserción del anterior, deja ya entrever, en su segundo verso, la insidia en que derivará después. ¿Qué culpa puede tener Mario de apedillarse Loppo si ni una mínima porción de su voluntad ha dado en transfigurarse en lo que de nacimiento heredó sin derecho a réplica?
La absoluta ignominia, la más ignominiosa iniquidad, a la par que inconcebible contradicción, no llega hasta los tercetos. La invectiva contra los dos sonetos de Mario Loppo antes mencionados es claramente perceptible, pero el autor olvida pronto el ámbito meramente literario para hacer objeto de su reprobación al propio Mario Loppo, confundiéndolo con su obra, y así cae en una grave incoherencia con lo afirmado en el primer cuarteto, además de incurrir igualmente en la conocida paradoja del cretense ("Fiarse de palabra de poeta / es imprudente", concedamos que sí, pero quien firma la afirmación es también poeta).
Otra es el problema de la firma. Últimamente proliferan en torno a los escritos y recuerdos de Mario Loppo algunas figuras de los cuentos tradicionales, pero no tengo duda de que se trata de autorías inequívocamente distintas. Nada que ver la delicada expresión, la serena pasión, si se me permite el oxímoron, (serena pero intensa) de quien firma como "Blancaneus", con el descomedido desenfado, el descaro militante de "Caperucita". No me cabe duda, como digo, de que se trata de dos autores diferentes; pero eso, lejos de tranquilizarme, me perturba incluso más. Sospecho que quienes así se ocultan conocieron a Mario Loppo, y alguna razón, tal vez el amor, tal vez la enemistad, los empuja a encubrir sus identidades. ¿Qué nuevos Pulgarcitos, Cenicientas o Pinochos aguardan su turno para devolverme siquiera un pedazo de la memoria de Loppo, o para oscurecerla con detalles sombríos que tal vez sería mejor mantener en secreto hasta la reaparición del propio Mario, si es que aún hay esperanza de que eso suceda?

1 comentario:

Blancaneus dijo...

Pero, Mario ha reaparecido! No sé nada de la tal Caperucita ni el porqué de su soneto, pero Mario escribió un comentario en mi blog..., tuve la esperanza de sentir otra vez su poesía, por un momento me llené de ella...,el recuerdo era vida.