viernes, 13 de septiembre de 2013

Paraguas de Buenos Aires


Vuelvo, después del interregno veraniego, a estas páginas de las que se ha ocupado –muy livianamente, es cierto– mi querido colega Andrei. Pero soy injusto con él. Le he hecho esforzarse poniendo en limpio y ordenando la multitud de borradores que mi naturaleza inconstante suele dejar en simples proyectos, y ahora que lo más arduo está terminado –imaginar siempre es más satisfactorio que trabajar– y que solo me resta apropiarme del esfuerzo con una simple firma, me atrevo a echarle en cara no haber publicado bastante. Lo cierto es que no ha dejado de escribir y que incluso en estos momentos que disfruta de sus propias vacaciones en la América austral, me envía puntualmente sus trabajos.
Andrei se marchó a Buenos Aires hace unos días, coincidiendo con la desafortunada expedición de la candidatura olímpica madrileña. Allí, complacido en despertar mi envidia, tiene intención de quedarse una buena temporada, y al parecer su voluntad de integración en el ambiente porteño ya da sus primeros frutos, como puede leerse en su última carta, que reproduzco a continuación. Según me cuenta, el día anterior a la votación de la que resultó vencedora la ciudad de Tokio llovía intensamente, mal presagio. Del resto, de los oscuros reproches e insinuaciones que contiene el escrito, poco puedo decir. A lo mejor la imaginación del lector alcanza más que la mía:

Llovió y llovió y llovió. Y nos vinieron luego con macanas, como si fuéramos nenes aún de mamaderas. A poco nos basurean. Pero ¿de hacer? Nada. Ni se les volaron las chapas. La de siempre. Pero no digo más.

Ya lo puse un poema de Gelman hace días, pero me viene otro, que habla de la lluvia:

Lluvia

hoy llueve mucho, mucho,
y pareciera que están lavando el mundo.
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor/
una carta a la mujer que vive con él
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él
y se parece a su sombra/
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la mujer/
entra a la casa por la ventana y no por la puerta/
por una puerta se entra a muchos sitios/
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo/
pero no al mundo/
ni a una mujer/ni al alma/
es decir/a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/que llueve mucho/
y me cuesta escribir la palabra amor/
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/
y cuándo/y cómo/
pero el alma qué puede explicar/
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/
palabras que naufragan/
palabras que no saben que hay sol porque nacen y mueren la misma noche en que amó/
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca escribirá/
como el silencio que hay entre dos rosas/
o como yo/que escribo palabras para volver
a mi vecino que mira la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón desterrado/

La que llovió no fue esta lluvia que nos cae a todos bien adentro alguna vez. Esta vez llovió por dentro y por fuera, como en el tango de Horacio Ferrer, bien llamado “poeta del tango”. Si no, miren y oigan este tango, que ya todos conocen, «Los paraguas de Buenos Aires», con música de Astor Piazzolla y la interpretación del Dúo "Tierra y Semilla":



Y aquí la letra, del mismo Horacio Ferrer:

Está lloviendo en Buenos Aires, llueve,
y en los que vuelven a sus casas, pienso,
y en la función de los teatritos pobres
y en los fruteros que a las rubias besan.

Pensando en quienes ni paraguas tienen,
siento que el mío para arriba tira.
"No ha sido el viento, si no hay viento", digo,
cuando de pronto mi paraguas vuela.

Y cruza lluvias de hace mucho tiempo:
la que al final mojó tu cara triste,
la que alegró el primer abrazo nuestro,
la que llovió sin conocernos, antes.

Y desandamos tantas lluvias, tantas,
que el agua está recién nacida, ¡vamos!,
que está lloviendo para arriba, llueve,
y con los dos nuestro paraguas sube.

A tanta altura va, querida mía,
camino de un desaforado cielo
donde la lluvia en sus orillas tiene
y está el principio de los días claros.

Tan alta, el agua nos disuelve juntos
y nos convierte en uno solo, uno,
y solo uno para siempre, siempre,
en uno solo, solo, solo pienso.

Pienso en quien vuelve hacia su casa
y en la alegría del frutero
y, en fin, lloviendo en Buenos Aires sigue,
yo no he traído ni paraguas, llueve.

Andrei Distrievich

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