Vuelvo, después del
interregno veraniego, a estas páginas de las que se ha ocupado –muy
livianamente, es cierto– mi querido colega Andrei. Pero soy injusto con él. Le
he hecho esforzarse poniendo en limpio y ordenando la multitud de borradores
que mi naturaleza inconstante suele dejar en simples proyectos, y ahora que lo
más arduo está terminado –imaginar siempre es más satisfactorio que trabajar– y
que solo me resta apropiarme del esfuerzo con una simple firma, me atrevo a
echarle en cara no haber publicado bastante. Lo cierto es que no ha dejado de
escribir y que incluso en estos momentos que disfruta de sus propias vacaciones
en la América austral, me envía puntualmente sus trabajos.
Andrei se marchó a Buenos
Aires hace unos días, coincidiendo con la desafortunada expedición de la candidatura
olímpica madrileña. Allí, complacido en despertar mi envidia, tiene intención
de quedarse una buena temporada, y al parecer su voluntad de integración en el
ambiente porteño ya da sus primeros frutos, como puede leerse en su última
carta, que reproduzco a continuación. Según me cuenta, el día anterior a la
votación de la que resultó vencedora la ciudad de Tokio llovía intensamente,
mal presagio. Del resto, de los oscuros reproches e insinuaciones que contiene
el escrito, poco puedo decir. A lo mejor la imaginación del lector alcanza más
que la mía:
Llovió y llovió y llovió. Y
nos vinieron luego con macanas, como si fuéramos nenes aún de mamaderas. A poco
nos basurean. Pero ¿de hacer? Nada. Ni se les volaron las chapas. La de
siempre. Pero no digo más.
Ya lo puse un poema de Gelman
hace días, pero me viene otro, que habla de la lluvia:
Lluvia
hoy llueve mucho,
mucho,
y pareciera que están
lavando el mundo.
mi vecino de al lado
mira la lluvia
y piensa escribir una
carta de amor/
una carta a la mujer
que vive con él
y le cocina y le lava
la ropa y hace el amor con él
y se parece a su
sombra/
mi vecino nunca le
dice palabras de amor a la mujer/
entra a la casa por
la ventana y no por la puerta/
por una puerta se
entra a muchos sitios/
al trabajo, al
cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios
del mundo/
pero no al mundo/
ni a una mujer/ni al
alma/
es decir/a ese cajón
o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/que llueve
mucho/
y me cuesta escribir
la palabra amor/
porque el amor es una
cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe
dónde las dos se encuentran/
y cuándo/y cómo/
pero el alma qué
puede explicar/
por eso mi vecino
tiene tormentas en la boca/
palabras que
naufragan/
palabras que no saben
que hay sol porque nacen y mueren la misma noche en que amó/
y dejan cartas en el
pensamiento que él nunca escribirá/
como el silencio que
hay entre dos rosas/
o como yo/que escribo
palabras para volver
a mi vecino que mira
la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón
desterrado/
La que llovió no fue esta
lluvia que nos cae a todos bien adentro alguna vez. Esta vez llovió por dentro
y por fuera, como en el tango de Horacio Ferrer, bien llamado “poeta del
tango”. Si no, miren y oigan este tango, que ya todos conocen, «Los paraguas de
Buenos Aires», con música de Astor Piazzolla y la interpretación del Dúo
"Tierra y Semilla":
Y aquí la letra, del mismo
Horacio Ferrer:
Está lloviendo en
Buenos Aires, llueve,
y en los que vuelven
a sus casas, pienso,
y en la función de
los teatritos pobres
y en los fruteros que
a las rubias besan.
Pensando en quienes
ni paraguas tienen,
siento que el mío
para arriba tira.
"No ha sido el
viento, si no hay viento", digo,
cuando de pronto mi
paraguas vuela.
Y cruza lluvias de
hace mucho tiempo:
la que al final mojó
tu cara triste,
la que alegró el primer
abrazo nuestro,
la que llovió sin
conocernos, antes.
Y desandamos tantas
lluvias, tantas,
que el agua está
recién nacida, ¡vamos!,
que está lloviendo
para arriba, llueve,
y con los dos nuestro
paraguas sube.
A tanta altura va,
querida mía,
camino de un
desaforado cielo
donde la lluvia en
sus orillas tiene
y está el principio
de los días claros.
Tan alta, el agua nos
disuelve juntos
y nos convierte en
uno solo, uno,
y solo uno para
siempre, siempre,
en uno solo, solo,
solo pienso.
Pienso en quien vuelve
hacia su casa
y en la alegría del
frutero
y, en fin, lloviendo
en Buenos Aires sigue,
yo no he traído ni
paraguas, llueve.
Andrei Distrievich
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