Los ejemplos de la poesía
sobre el sueño son ciertamente numerosos y, entre todos ellos, el tema del
sueño amoroso o erótico constituye un conjunto no pequeño.
Desde su origen, la
tradición hímnica a la noche y al sueño aparece ligada al amor. La noche es tiempo
propicio para el erotismo, «voluptatis comes et ministra», en el conocido Himno a la noche de Giovanni Pontano.
El tema no es del todo
infrecuente en la poesía española de los Siglos de Oro. A Francisco de Medrano
pertenece uno de los sonetos oníricos de mayor erotismo, que describe, no el
recuerdo del cuerpo desnudo de la amada, sino la dulce confusión del despertar:
No sé cómo ni quándo, ni qué
cosa
sentí, que me llenava de
dulçura:
sé que llegó a mis braços la
‘ermosura,
de gozarse conmigo cudiciosa.
Sé que llegó, si bien, con
temerosa
vista, resistí apenas su
figura:
luego pasmé, como el que en
noche escura,
perdido el tino, el pie
mover no osa.
Siguió un gran gozo a
aqueste pasmo, o sueño
–no sé quándo, ni cómo, ni
qué a sido–
que lo sensible todo puso en
calma.
Ignorallo es saber; que es
bien pequeño
el que puede abarcar solo el
sentido,
y éste pudo cabe en sola l’alma.
Eros y Psique, Antonio Canova, Museo del Louvre
En la tradición española,
sin embargo, lo erótico se desvía habitualmente hacia lo burlesco, eludiendo la
descripción “seria” del acto sexual soñado. Cuando no, el sueño erótico aparece
vinculado a toda una serie de ciertas oposiciones o inquietudes desasosegadoras,
como la vida y la muerte (el sueño es «imago mortis») o la apariencia y el
desengaño de la realidad. Es el caso del conocido soneto de Quevedo «Amante
agradecido a las lisonjas mentirosas de un sueño», en cuya red de tensiones
contrapuestas se encuentra la intensa llama de su energía erótica, inseparable del vivo hielo del intelecto:
¡Ay, Floralba! Soñé que te…
¿Direlo?
Sí, pues que sueño fue: que
te gozaba.
¿Y quién, sino un amante que
soñaba,
juntara tanto infierno a
tanto cielo?
Mis llamas con tu nieve y con
tu yelo,
cual suele opuestas flechas
de su aljaba,
mezclaba Amor, y honesto las
mezclaba,
como mi adoración en su
desvelo.
Y dije: «Quiera Amor, quiera
mi suerte,
que nunca duerma yo, si
estoy despierto,
y que si duermo, que jamás
despierte».
Mas desperté del dulce
desconcierto;
y vi que estuve vivo con la
muerte,
y vi que con la vida estaba
muerto.
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