martes, 1 de noviembre de 2011

Un no sé qué que quedan balbuciendo

Seguro que San Juan de la Cruz no estaba pensando en la forma que tiene la poesía lírica de crear mundos posibles cuando escribía su Cántico espiritual, pero creo que hubiera escrito el mismo verso después de leer cierto artículo que ha llegado a mis manos (y del que escuso no decir título ni autor, respetando la posibilidad del propósito de enmienda).
El ensayo en cuestión no es en ningún modo incompetente. Contiene ideas tan interesantes como la tierna pretensión de que el arte tenga como objetivo inexcusable constituir una especie de fe de vida: "la razón fundamental del arte ha de ser contribuir en la identificación del ser en su situación de existente". Sí, confieso que me ha emocionado. Es cierto que no es una idea original. El adolescente que graba su nombre en la corteza de un árbol no pretende otra cosa que afirmar yo estuve aquí, yo viví y este es mi nombre. El problema es que el arte no demuestra la existencia del mundo (que sin embargo existe), y limitar su ejecución a la mera afirmación del yo y a la obtención de la fama y la pervivencia en la posteridad no solo es completamente decepcionante sino que, en buena medida, es falso (pero es muy bonito, mucho, como decía, y por eso toda objeción es fruto de una envidia del todo consciente).
Sin insistir en la discusión de esta y de otras ideas, porque comprendo que los juicios sobre ellas son y quieren ser subjetivos, lo que me hace pensar que me encuentro ante un artículo de enorme valía es la extrañísima y desusada terminología de que se sirve. Algunos la censurarán y la degradarán a pura jerga, pero yo la defiendo precisamente porque atenta contra la comprensión y nos acerca a la entropía de la comunicación, cuanto antes mejor. Así, por ejemplo, encontramos el concepto de cosmificación, que es "la plasmación de un mundo posible alternativo, que sugiere algún tipo de relación con el mundo real", los dictámenes de que, en poesía, "el sujeto consigue extraponerse, poseer un excedente de visión", de que "el modo lírico tiene su basamento en el pasado, en la anterioridad que se interioriza”, o el que, cambiando de género, afirma que "el modo dramático es la síntesis que presentifica el juego y el diálogo".
Como decía, siempre habrá quien manifieste su desaprobación ante el uso de tales términos. Incluso a mí mismo, en algún momento, me han desconcertado. No tengo, sin embargo, más remedio que rendirme a la elocuencia del autor o autora de este ensayo y a sus didácticos esfuerzos por situarnos con precisión en el espacio (si bien es cierto que siempre en el mismo lado de la nada), como muestran estos dos ejemplos:
el referente o extensión incumbe al estudio de la ficcionalidad en la medida en que nos centremos en cómo es intensionalizado
y:
el sujeto emisor intensionaliza el referente y el sujeto receptor, pasando por la intensión, interpreta el plano extensional.
Tengo que excusarme ahora por no presentificar nada más del intensionante contenido del artículo. Extraponer aquí algunas citas más, aunque no del todo prescinditables y que sin duda serían tan ilustrificacionantes como las anteriorizacionadas, nos llevaría inevitacionalmente a su cosmificación. Acabo, eso sí, con unas palabras de su conclusión que, como que no concluyen nada (maestría de su estructura, que afecta también al sentido, protagonista de una poderosa elipsis que afecta a todo el texto), no perjudican en modo alguno la lectura:
El acto comprensivo implica la reunión del todo y sus partes. El sujeto comprensor anticipa el sentido a partir de su acceso a las partes. Sin embargo, esto no lleva a una aprehensión parcial, pues para comunicar la comprensión —es decir, para interpretar—se requiere llegar al todo, teniendo como senda a las partes y, al mismo tiempo, contemplar las partes como conformantes de ese todo.

1 comentario:

Pau Roig dijo...

Realmente te honra no publicar ni título ni autor en respeto del propósito de enmienda.