sábado, 8 de octubre de 2011

No las damas, amor, no gentilezas

Demasiado tarde, me temo, recuerdo ahora los versos iniciales de La Araucana de Alonso de Ercilla:

No las damas, amor, no gentilezas
de caballeros canto enamorados,
ni las muestras, regalos y ternezas
de amorosos afectos y cuidados;

Si, como él, yo también hubiera desdeñado el camino de Ariosto en el Orlando Furioso (Le donne, i cavalier, l'arme, gli amori,/ Le cortesie, l'audaci imprese io canto), no me habría entregado seguramente a la fantasía de creer haber encontrado a la "Elisa" de Mario Loppo con el solo indicio de un cabello apartado de mi barba.

Siempre me quedará una duda, claro, pero se trata solo de una incertidumbre acerca de la naturaleza de mi imaginación, no de la realidad. Entendí que era así cuando por fin me decidí a llamar a la casa rural donde había pasado el fin de semana al que me refería en la última entrada. Se puso el dueño. Bastó identificarme como miembro del equipo de redactores de la Travel to Nowhere Magazine para averiguar lo que quería: que no conocían a ningún Mario Loppo, o Lupo, Lobo, Llovo, Màrius Llop ni a nadie con esa descripción que hubiese acabado en prisión o en un manicomio, que su mujer se llamaba Teresa y no Elisa y, lo más importante, que llevaban solo diez meses en el negocio, como alojamiento rural, porque se dedicaban, antes de la reforma y acondicionamiento de la misma finca, a la cría de pollos.

Así que la unidad completa de mi delectación en una perforación con el propósito, no satisfecho, de hallar el líquido elemento o, como se suele decir más vulgarmente aunque no con defecto de gracia, todo mi gozo en un pozo. Pero no por mi fracaso o por mi error me arrepiento ni me avergüenzo ni cede el entusiasmo de mi indagación. Mi querido amigo Mingo, que tanto me conoce y me comprende, no ha querido dejarme solo en esta decepción y me envía un simpático soneto para consolarme, que no puedo dejar de transcribir aquí, con todo mi agradecimiento:

¿Por qué razón no ves, amigo mío,
que en lo vulgar que tizna y embrutece
anidan dioses, ninfas y unas trece
potencias que blanquean su atavío?

Pues cada cosa quiere en su albedrío
mirar a quien y a donde le apetece,
mirar mirando siempre si acontece
otro mirar que mire sin desvío.

Y te miró mujer de triste hechura
y te evocó, al paso por tu vera,
dejar tu vista puesta en su hermosura.

Mas, vuelta tu mirada a su juntura,
ni tan siquiera viste que ella era
el Màrius Llop de tu literatura.

Domingo Monlleó

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