viernes, 15 de julio de 2011

Un soneto autobiográfico de Mario Loppo

Yo hubiera preferido no tener que contar esta historia. Hubiera preferido no tener que hablar nunca del doctor Màrius Llop, o Mario Lopo. Eso hubiera querido decir que estaría aún seguramente vivo, y no presumiblemente muerto, como tengo que escribir ahora.
No encontraron su cadáver, pero tampoco el de otros internos de los que no se ha vuelto a tener noticia. Las causas del incendio del M3 (el módulo tercero de los tres que conforman el complejo, dispuestos en forma de U, como es bien conocido) no se han determinado, o no se han dado a conocer públicamente, dado que, de todas formas, no puede dejar de considerarse un fallo completo de seguridad o una absoluta negligencia por parte del personal del centro. El edificio, además, no se quemó completamente. La celda de Mario Loppo, por ejemplo, quedó totalmente intacta. Cuando se pudo acceder a la planta correspondiente, pudo observarse que la celda estaba cerrada, ya que falló el sistema de apertura automática, y se encontró el cuerpo en el suelo. La autopsia desveló, sin embargo, que pertenecía a otro recluso, cuya muerte, además, no fue debida a la asfixia sino a un traumatismo craneal provocado por un objeto no determinado. Tampoco se hallaron pruebas que permitieran inculpar a nadie en concreto, ya que las muestras de ADN pertenecían a casi una docena de personas, reclusos y funcionarios del centro, además de al propio Màrius Llop, a quien pertenecía la ropa.
Aquí es donde llego por fin al asunto que constituye el tema de esta entrada, el soneto al que hacía referencia el título. Se encontró en el bolsillo de la camisa que llevaba puesta el cuerpo encontrado en la celda de Mario Loppo, en una hoja de papel plegada de una forma realmente curiosa, para tratarse de un poema, aunque bien conocida. Para ahorrarme la descripción de este plegado, y sustituir su palabra con su imagen, más efectiva, creo, la pongo aquí:



Como dio la enorme casualidad de que el abogado de oficio encargado de la defensa (repito que el doctor Loppo continúa oficialmente desaparecido, hasta que se cumpla el plazo marcado por la ley en estos casos), Daniel R., es amigo mío, pude acompañarlo en varias ocasiones y tener acceso a algunos objetos personales del doctor Llop, ya que, como que no tenía o no se le conocía familia, pude también colaborar en la identificación de algunos de estos objetos. Es así que pude fotografiar el papel y copiar su contenido. Además de otras anotaciones, que luego comentaré, contenía el referido soneto, que decía así:

Cesa la percepción, cesa el horario
del lado incomprensible de unos ojos
ya no capaces de elegir el vario
color del fin, los púrpuras, los rojos...

Pero esta herida que llamamos vida
desangra mi memoria igual, sin pausa,
y viste la oquedad de luz fingida,
sin lástima, sin cólera, sin causa.

Detrás de un hombre hay lo que ya no es hombre:
algo como un cansancio de prodigios,
como un reloj bajo la lluvia, un nombre
sobre una piedra, o solo sus vestigios.

Detrás de un muerto está toda la muerte:
alfa y omega, un dios, la paz, mi suerte.

Se trata, pues, de un soneto de disposición inglesa: tres serventesios y un dístico final. Su contenido merece tal vez un comentario más extenso que el que ahora le dedico, aunque su sentido parece claro, y a él me limito: no parece otra cosa, dejando de lado su marcado signo agnóstico, que una constatación de la suerte del propio autor, manifestada en el último verso, a la vez que un epitafio anónimo. Así, el muerto al que sus líneas rinden un último homenaje, interpreto que es inequívocamente el cadáver que se encontró en su celda y que ocupó, por circunstancias aún desconocidas, el lugar que hubiera correspondido a Mario Loppo.

1 comentario:

Pau Roig dijo...

Estamos pendientes de recibir más información al respecto.