lunes, 25 de julio de 2011

El cielo está cerrado y el infierno vacío

Fue imposible. Todo era propicio: el día, la hora, el lugar, incluso las condiciones meteorológicas, después de unos días de un viento intolerable y persistente que hacía pensárselo dos veces antes de poner un pie, no digamos los dos, en la calle. En el último momento, sin embargo, sonó el timbre de la puerta, terminó el centrifugado de la lavadora, llamaron por teléfono, recordé que tenía una revisión médica obligada por el seguro, se me acabó el tabaco, cogí las llaves, la cartera, el móvil, marqué el número de mi amigo Enric T., experimentado radiofonista y periodista, hoy oficialmente jubilado pero ni mucho menos inactivo ni retirado por completo de lo que ha sido su trabajo y su pasión durante largos años, pulsé el botón del ascensor, el teléfono dio tres tonos, abrí la puerta del ascensor, dos tonos más, pulsé el botón del interior ascensor que dice "PB" y que seguro que significa "Planta Baja" pero que yo me imagino que en realidad es "Páselo Bien", o "Passi-ho Bé", porque eso me anima a salir a la calle muchas veces, Enric por fin descolgó su móvil, le dije, le propuse, aceptó, nos despedimos, y antes de salir a la calle ya estaba todo arreglado: él, que aunque nunca llegó a conocer a Màrius Llop estaba al corriente de todo, entrevistaría a Conxita Jiménez y me informaría a mí después.

Casi dos semanas más tarde (cuando volví del médico aquel mismo día, entré en casa, puse el lavavajillas, sonó el teléfono, llamaron a la puerta, se me acabó la cerveza, y decidí irme unos días de la ciudad), cogí las llaves, la cartera, el móvil, marqué el número de mi amigo Enric, y después de los cinco o seis tonos habituales, Enric por fin descolgó su móvil, le dije, le propuse, aceptó, y al poco estábamos en la Plaça del Castell tomando una cerveza y desempeñando las habituales funciones (alternativas) de emisor y receptor, seriamente dificultadas por un canal despóticamente monopolizado por los tiernos y deliciosos gruñidos de una multitud de cachorrillos humanos y las sublimes disertaciones de sus papás y mamás, satisfechos de las endemoniadas evoluciones de su herencia genética.

Le pregunté me dijo ¿Lo del soneto también? le dije Lo del soneto y todo dijo Gracias dije Y lo de la mujer ¿Dime? dije entonces Digo dijo que me contó también que ella lo visitaba a menudo y que pensaba que tú lo sabías No Ya, me lo imaginé porque no me habías hablado de ella No tenía ni idea Y así le pregunté y me dijo dijo.

  

Llegaba unos diez minutos tarde. Había dos parejas, un grupo de mujeres de mediana edad y un tipo solo. Qué hombre, ni siquiera le había dado ni un detalle sobre su apariencia para reconocerlo. Por la voz, cuando hablaron por teléfono, se lo imaginaba joven, unos cuarenta a lo sumo, pero sabía por experiencia que la voz no era siempre un dato fiable. Se acercó al tipo solo. Hola, le dijo. ¿Eres Ramón Sanz? No, le dijo, lo siento, con una sonrisilla demasiado atenta que la hizo sentir incómoda. Perdón, se disculpó, y se alejó hacia una mesa libre en la otra punta del local. Se sentó junto a una ventana cerca de la puerta de entrada y desde la que veía la calle y se dispuso a esperar mientras tomaba un té Hui Ming (desde hacía ya un tiempo, se había aficionado a la cultura oriental y disfrutaba midiendo la vida, si se admite el remedo de Eliot, con cucharillas de té) y se entretenía construyendo diminutas pajaritas con las servilletas de finísimo papel.

Una voz procedente de las alturas la sacó de su ensimismamiento. Un hombre de unos sesenta años, con la barba y el pelo plateados, ancho, tal vez algo grueso pero atractivo, estaba de pie ante su mesa y le preguntaba si ella era la que era. Sí, Conxita. Ella preguntó a su vez, con cierto escepticismo:

- ¿Ramón Sanz?

- No, Enric. Ramón no ha podido venir. En el último momento, sonó el timbre de su puerta, terminó el centrifugado de la lavadora, le llamaron por teléfono, recordó que tenía una revisión médica obligada por el seguro, se le acabó el tabaco, cogió las llaves, la cartera, el móvil y marcó mi número. El resto de la historia hasta este punto se reparte entre escenas de aseo personal y episodios de tráfico.

  

El resto de esta recién iniciada conversación estuvo distribuida, por su parte, según Enric tuvo a bien exponerme en todos sus pormenores, entre comentarios sobre el té chino y sus variedades, aplicaciones, ventajas y contraindicaciones de la acupuntura, medidas de defensa personal, bromas aparte, papiroflexia, la promesa de un nuevo encuentro (en el que no me queda del todo claro si yo estaré incluido) y lo que a mí más me interesaba, todo el asunto de Màrius Llop, el tema del soneto, Conxita.

Conxita trabaja, al parecer (Enric me dice que no consiguió aclarar más detalles), en el Tribunal de Menores de T. Comenzó a visitar a Mario Loppo a mediados del 2009 y sus visitas se hicieron cada vez más frecuentes y constantes durante casi año y medio, hasta el incendio del hospital. Conxita explica que la relación, que se inició por motivos profesionales, acabó convirtiéndose en amistad, y que nunca fue más allá, asegura, ni por su parte ni por la del doctor. De hecho, Conxita había hablado de una mujer que visitó en al menos una ocasión al doctor Llop. Conxita había anulado una visita al doctor pero a última hora quedó libre y se acercó al hospital a probar suerte. El doctor atendía otra visita cuando llegó. Le chocó, porque, aparte de ella, muy pocos iban a verlo, y le resultó extraña la coincidencia, cuando resultaba que había avisado solo dos días antes de que ella no podría ir. Esperó, con la espectativa de tener al menos unos minutos, si la persona que estaba con él no agotaba todo el tiempo permitido. Así fue, y pudo ver por un instante una mujer de unos treinta y tantos, rubia, con el cabello ondulado, ojos claros, grises o azules, más bien alta, muy guapa, aunque, repetía, sólo había sido un momento, y no podía precisar. Le preguntó por ella al doctor pero solo obtuvo evasivas, y no se atrevió a insistir.

Eso era todo y, por ahora, nada puedo añadir yo tampoco sobre esta cuestión, aunque creo que a mi amigo Dani, el abogado, no le será difícil conseguir el registro de visitas.

Quedaba solo pendiente el asunto del soneto, pero cuando Enric me contó que había encontrado a Conxita haciendo pajaritas de papel con las servilletas (llegaba tarde, más de media hora, desacostumbradamente, porque Enric es la persona más puntual que conozco, y se imaginaba dando mil excusas, en el caso de que aún la encontrara esperándolo), totalmente despreocupada y tranquila (algo, le había dicho Conxita a Enric, también completamente inusual en ella), la cosa parecía tener visos de resolverse.

Conxita habló de un juego, de un verso inicial que le rondaba por la cabeza (a ella, que también se entretenía escribiendo poesía a menudo, aunque "entretenerse" tal vez no era del todo apropiado, teniendo en cuenta que ya había publicado varias recopilaciones de su producción poética), "Detrás de un muerto está toda la vida", que le gustaba por su ritmo heroico, por su lacónica gravedad inaugural, pero para el que no encontraba continuidad. Màrius Llop le había propuesto una continuación, "cuyo imperfecto espejo, la memoria / también se borra al fin, como la ardida / ruina de Alejandría y de su historia", que no convenció a Conxita pero que la ayudó a buscar su propia solución, hasta completar el poema, que acabó siendo un soneto cuya copia le facilitó su autora a Enric el mismo día de su encuentro:

Detrás de un muerto está toda la vida
dispersa en cada trazo de memoria,
y en el silencio de su voz anida
el fondo exacto de su trayectoria.

Cesa su tiempo ya desnudo de hambre
de eternidad. Su nombre es un pedazo
de ropa descolgada de un alambre
que muestra al sol destellos de su trazo.

Libre se aleja y cierra los prodigios
que un día le cansaron. Con coraje
marcha, pues ya dejó sin artificios
legado extrañamente su mensaje.

Alfa y omega en él, tras de su vida.
Un dios, un don, la paz, tras su partida.

Conxita le llevó este soneto al doctor Llop, como regalo y en agradecimiento por la idea de la forma métrica inicial, un serventesio, del que resultó el soneto inglés que he transcrito, plegado en forma de pajarita de papel. El doctor, a su vez, quiso corresponder con otro soneto, en la misma disposición métrica y con una serie de motivos similares. No era la primera vez, admitía Conxita, aunque tendré que reunirme con ella y revisar los originales que me envió Mario Loppo, sino la última de una larga serie de intercambios similares.

La lectura del soneto de Conxita que acabo de reproducir creo que no invalida la interpretación que hice en la entrada anterior del soneto de Mario Loppo. Puede, sí, que se tratase de un entretenimiento, pero el doctor Loppo era un poeta más que hábil para disfrazar sus intenciones bajo la apariencia de un juego. Además, queda pendiente el análisis del soneto de Conxita Jiménez porque ¿qué significa el inicio de la tercera estrofa, "Libre se aleja y cierra los prodigios / que un día le cansaron", en un poema ofrecido a un hombre que no se sabe con seguridad si está vivo o ha huido de su encierro, cuya patria, ciertamente, no es ni el cielo ni el infierno sino la conjetura, la presunción, la incertidumbre?

No hay comentarios: