domingo, 22 de mayo de 2011

Jornada de reflexión

Cada cierto tiempo, la democracia de nuestro país vive un momento extraordinario. No me refiero a las elecciones, esa simple mecánica de las estadísticas, sino a lo que con perversa ironía se llama jornada de reflexión. A mí es algo que me hace mucha gracia (igualmente malsana), porque parece que el resto de días no pensamos. De hecho, me parece increíble que teniendo todos los días del año dedicados a multitud de cosas (Día internacional para el comercio de esclavos y su abolición, Día mundial de las poblaciones indígenas -no sé si me toca celebrarlo aquí, siendo yo también indígena de mi país- Día mundial de la población -o aquí, porque también soy gente-, Día internacional del Pueblo Gitano -y estos aún tienen más difícil la elección-, Día Mundial del Sueño, Día internacional de los desapercibidos por los radares de la AP-7, Día mundial de los exmaridos no violentos, Día internacional de las cosas que se caen de las mesas de comedor de cuatro patas, etc.), no haya un día mundial, o un día nacional al menos, para la reflexión. Hay, es verdad, un día mundial de la filosofía, el 21 de noviembre, pero desde que se habla de filosofía del fútbol, de filosofía de inmigración, de filosofía de alimentación, de filosofía preventiva y todo eso, me hago un lío.
Se hecha en falta de verdad un día internacional, o nacional al menos, de la reflexión, y he estado tentado en multitud de ocasiones de proponerlo. Luego he pensado que sin que lo haya, ya tenemos más del 20% de paro, una seguridad social insostenible, cada vez menos social y segura, y un sistema educativo en manos de la secta pseudopedagógica más imbécil, incompetente e indecente de toda Europa. Sólo falta que encima tengamos tiempo para pensar en todo ello.
Por eso, los movimientos ciudadanos de protesta que el periodismo nacional ha bautizado con el cursi nombre de "indignados", denominación que verdaderamente es indigna y que ya bien merecería la protesta, parecen tan irresponsables. Pretenden cosas realmente indecentes, como la igualdad de oportunidades, el derecho a la vivienda digna, el restablecimiento de valores éticos en múltiples aspectos de la vida y, lo que es peor, quieren trabajar y quieren estudiar. Está claro que son antisistema, porque el sistema actual es totalmente contrario a estas ideas. Aunque me queda una duda sobre tal honorífico título: desde hace unos años, vengo pensando que los verdaderos antisistema han sido los sucesivos gobiernos del país, incluyendo los autonómicos. Corrijo: asistema, si lo entendemos como el arte de gobernar sin sistema, sin ideas, sin esperenza, sin convencimiento.
Pero me excedo, sé cuánto me excedo. Hemos sobrepasado con creces la jornada de reflexión y sigo escribiendo aquí. Que San IgNecio me perdone.

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