sábado, 19 de octubre de 2013

Diario de un seductor desconcertado, IV

Retomo por fin, después del largo verano mediterráneo, más propicio a la voluptuosidad de la imaginación que a la decisión del esfuerzo este Diario de un seductor desconcertado del que, por el tiempo mediado desde su primera entrega, incluyo aquí los enlaces previos a esta entrada, a fin de que el desconcierto siga siendo la patria de este disoluto seductor y no se pueble de  sus virtuosos lectores:






Diario de un seductor desconcertado, IV


Junio de 2012

Trato de lograr efectos inmediatos pero no traumáticos y consecuentemente, una vez más, me resulta forzoso considerar las alternativas, descartar algunas expresiones, aligerar la sintaxis, recurrir a la facilidad –a la fealdad incluso– de las comparaciones, de las reiteraciones, de los paralelismos o de la paráfrasis en perjuicio de la metáfora, de la ironía, de la hipálage, de la originalidad, en suma. En una palabra: seducir. Eso es, seducir, y seducir de la manera más simple que me sea posible. Simple en un sentido renacentista: con humildad. Entregarme, sin indicio de vacilación, a la previsible psicología del otro. Ser consciente, sobre todo, de su desilusión, del berrinche mayúsculo que ciertas insinuaciones pueden desencadenar en el ánimo de la sensible y apasionada destinataria del correo.

         Mi estrategia se asienta sobre la hipótesis de que ese correo cuidadosamente elaborado, bellísimo en su estilo ni vulgar ni ampuloso, repleto de referencias y descripciones evocadoras de nuestro idilio reciente, despertará sentimientos contradictorios, aunque enlazados en su conjunto por el leitmotiv de una transacción mercantil. Regalos de cumpleaños, cenas románticas, incluyendo la propina para fortuitos mariachis o algún violinista melancólico y para aquel indiscreto y empalagoso camarero que no dejaba de manifestar su satisfacción por que las familias mantuvieran vínculos tan estrechos y salieran a cenar (estaba empeñado en que éramos hermanos, acogiéndose al argumento de nuestro parecido físico, para él extraordinario, hasta que no tuve más remedio que arrancar a mi compañera un profundo gemido, con la mano manifiestamente interpuesta entre sus muslos, debajo de su falda), alguna noche de hotel fugacísima, hurtada a la credulidad del marido, que está acostumbrado a periódicas ausencias por motivos profesionales, inscripciones en múltiples y cursillos o talleres de pintura artística, de cocina, de punto de cruz, de encuadernación para justificar otras ausencias, y la contratación de estudiantes y amas de casa para exponer los resultados prácticos de esas lecciones imaginarias tomadas en rebeldía. No ignoro que toda enumeración es arbitraria, que como mucho solo puede amontonar la muchedumbre de elementos –una subdivisión que es consecuencia siempre de la doctrina o la superstición− de un conjunto determinado también a partir de ciertas inclinaciones subjetivas. Pero tampoco me es desconocido el poderoso efecto de persuasión que provocan los inventarios minuciosos en el lector. «La enumeración –se lee en las Fuori del vuoto de Vincenzo Sciarrino− reivindica la perplejidad del primer hombre que balbucea su primera teoría de conjuntos ante el mundo innominado». Anticipándose casi cuatro siglos al matemático calabrés, Cervantes, en el Prólogo al Quijote había usado la enumeración para mostrar su poder de despertar la imaginación creadora del escritor:


El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento.


         Tropiezo de forma no deliberada, me precipito sin calcular las consecuencias y golpeo con toda la fuerza irresponsable y desmedida de mi ignorancia contra dos problemas que siglos de filosofía y del arte adivinatoria de la psicología no han sido aún capaces de resolver, el de si las palabras pueden transmitir realmente toda la complejidad del alma humana y de sus intenciones y el de si existe o no un método para evaluar el grado de las enemistades venideras al comprender esas palabras.

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