miércoles, 23 de enero de 2013

Decálogo


Tu pregunta, querido amigo, me ha hecho reflexionar largamente. No te convenció el texto de Reiner Kunze que te envié como primera respuesta. Tienes razón: es demasiado impreciso. Por eso te envío mi propio decálogo. Espero que resuelva, al menos en parte, tus incertidumbres.


EL POETA Y EL POLÍTICO

1. El poeta y el político pretenden el favor de materias inestables: el primero la palabra, el segundo el electorado.

2. Para el político, hay un plazo de veda, antes de una cosa que se llama plebiscito, o consulta, o elecciones. Para el poeta, existen también algunos impedimentos, aunque sin fecha ni duración determinadas: conseguir algún tipo de ingreso para poder escribir en los ratos libres, no encolerizar a ningún político, no acabar en la cárcel, a consecuencia del motivo anterior, sin derecho a cualquier tipo de instrumento de escritura, no ser fusilado como resultado de los dos motivos anteriormente citados, aislados o encadenados.

3. Para el político existen franjas de población manifiestamente desfavorables. Lo sabe porque las encuestas preelectorales que encarga previamente y que paga el conjunto de la población así se lo advierten. Para el poeta existen asuntos cuya redacción puede serle formidablemente perjudicial. Lo sabe porque su editor, con quien tiene un contrato de vasallaje, se lo advierte, casi siempre demasiado tarde.

4. El poeta que se equivoca, debe mejorar, o probar suerte con otro género. También puede retirarse y disfrutar de limitadas distinciones como poeta municipal. El político que fracasa como gestor municipal puede aspirar a ser presidente de un Estado.

5. El poeta y el político deben esforzarse, dormir poco y mal, madrugar muchas veces. Dios, en cualquier caso, nunca ayuda al primero.

6. Es importante para los dos saber esperar. En el caso del poeta, lo hará toda su vida.

7. El poeta puede dedicarse, en algún momento de su vida, a la política. Lo hará mal, con casi completa probabilidad. Si lo hace bien, entonces, seguramente, era mal poeta. El político también, en determinada etapa de su vida, puede caer en la tentación de la poesía. Lo hará mal, seguro, pero como todas las críticas vendrán únicamente de la oposición, siempre tendrá el recurso de replicar que se trata de enemistades partidistas que nada tienen que ver con la excelencia de su arte. El resto lo aplaudirá, sin pensar, lo mismo que hicieron cuando ganó las elecciones.

8. El político puede elaborar un programa. Es tarea de los electores, la mayor parte de las veces, ejecutarlo en su imaginación. El poeta puede también exponer una teoría, redactar un manifiesto, augurar una revolución, que tampoco se cumplirán. Los lectores, en cambio, nunca se lo perdonarán. Tienen menos imaginación y menos fe que los votantes.

9. Las obras de los poetas están reguladas por los derechos de autor. El plagio, incluso cuando el original no mereciere ni la copia ni el recuerdo, se persigue y se castiga. Las obras de los políticos no presentan estos problemas de autorías. Cualquier predecesor puede ser borrado de los libros de historia, deliberadamente involucrado, desfigurado, falsificado. Los sucesores, además, pueden proseguir las obras de sus mayores (reanudar el exterminio de una raza, perpetuar el adulterio de la economía con el beneficio privado) en el lugar que estos las dejaron.

10. Se puede vivir y morir de la política. También se puede morir de la poesía.

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