jueves, 30 de agosto de 2012

Ana Red


Me preguntan por Ana, que quién, que cómo, que de dónde. Y yo: que sin por qué ni cuándo. Si ella misma no me autoriza a revelar su identidad, nada puedo decir yo. Como la rosa de Angelus Silesius, no desea ser vista:

La rosa es sin porqué, florece porque florece,
no se cuida de sí misma, no pregunta si se la ve.




Como esa misma rosa roja, Ana florece en un jardín privado, y existe aun si mis ojos no quisieran verla, y aun si para que exista debo decirle al oído que no existe:

Amo de vos lo que de vos redacto,
no lo que afecto, porque nada afecto,
pues todo lo que escribo el intelecto
me lo dictó, no el corazón ni el tacto.
Con vos –ya lo sabéis– consigné un pacto:
ni vos de mí veréis nunca el aspecto
ni yo jamás haré hasta vos trayecto
por bien de procurar vuestro contacto.
Me muestro –juzgaréis– con vos estricto,
mas recordadlo siempre: dais conducto
a mi imaginación. Yo soy convicto
de este raro deseo, este reducto,
sombra del paraíso, de este invicto
amor sin piel ni adiós y sin producto.

Y escribo estas torpes líneas –desdichado remedo de las habilidosas rimas de Mario Loppo, modelo, en vano, de mis estériles devaneos con la poesía– como una suerte de exorcismo, de manera que al menos sí pueda seguir el consejo de Silesius:

Freund meide was dir Lieb, fleuch was dein Sinn begehrt.
(Amigo, evita lo que te inspira amor, huye de lo que tu alma ansía.)

2 comentarios:

Pau Roig dijo...

Leyendote, siento la inevitable experiencia de poder saber lo que no sé. Grácias
(Lesen Sie sich die unvermeidliche Erfahrung zu wissen, was ich weiß es nicht. Dank –por si lo ve Silesius–)

Andrei Distrievich dijo...

Me parece que soy yo el que tiene que aprender. Para empezar, un poco más de alemán.
En cuanto a Silesius, me preocuparía enormemente que lo leyera, y me daría envidia (con mi tabla de la ouija no puedo más que comunicarme con espíritus menores).