viernes, 17 de enero de 2014

Contra los perros del olvido

Me molestan −es un decir− esas personas para quienes los apellidos no existen. Pasa a menudo con los escritores. Algunos lectores devotos que veneran a cierto escritor a quien han leído línea por línea innumerables veces se refieren invariablemente a él como Jorge Luis, Federico, Pablo. Tan familiar se les ha hecho su ausencia −nunca lo conocieron, nunca lo vieron más que en fotografías, en la televisión, con suerte formaron parte del público en una lectura, a lo lejos: solo lo han leído, más o menos−, que lo imaginan acompañándolos, como Virgilio a Dante, en sus excursiones al infierno, de las que solo es real el infierno.

         Este martes murió Juan Gelman, uno de los poetas mayores de Hispanoamérica. Curioseo por la red los numerosos homenajes y encuentro con facilidad más de una docena en la que Gelman es simplemente Juan. Cualquiera que haya estado enamorado alguna vez, cualquiera que haya sido víctima de los horrores de una dictadura, cualquiera, en fin, que ceda a la tentación de conjugar en primera persona esa horrible expresión, «sentirse identificado», puede tomarse esta libertad. Yo, que veo a un «camarada» esencialmente como alguien con quien se comparte la mesa, la munición y el gusto por cubrirse la cabeza con una boina a lo Che Guevara me resisto a tales familiaridades. Además, como toda persona con buen juicio, siempre he preferido ser alumno que ejercer ningún tipo de magisterio, y por eso me gusta mantener ciertas distancias con mis maestros –tendré que confesarlo al fin, soy un romántico−, entre los que cuento a Juan Gelman.

         Eludo conscientemente, y no lo escondo, hablar del hombre y de su obra. Otros más capaces ya lo han hecho y lo seguirán haciendo. Ahora, una vez más, solo quiero volver a sus versos, que empezaron hablando del amor y que luego, sin postergarlo nunca, se contagiaron de la desgracia del propio autor y se preguntaron siempre sobre sí mismos y dialogaron con los versos de otros. Tal vez, lector, contigo mismo:

NOBLEZAS

El poema es pálido y noble.
No cambia nada, no curva colinas, no
da una sola fruta roja, ni
hace el ruido de quien arranca
un pedazo de pan para dar
un pedazo de pan.
Se acuclilla en un rincón y
no se queja.
Vive en todo lo que se alza
al aire y de nacer.
Ni pide que lo visiten.
Le basta con lo que no sucedió.
[del libro País que fue será]

NOTA XXV

queridos compañeros/moridos
en combate o matados a traición o tortura/
no los olvido aunque ame a una mujer/
no los olvido porque amo/como

ustedes mismos amaron una vez/¿se recuerdan?/
¿bellos andaban por el aire?/¿y combatían?/
¿y el calor de una mujer les asomaba
en la cara?/¿se recuerdan?/me acuerdo

de haberles visto una mujer brillar
en medio del combate doloroso/
inmortales brillaban ustedes
contra el dolor/contra la muerte/

ahora que duermen calladitos
y alguna sombra dulce los tocara
acomodándolos mejor
contra los perros del olvido
[de Notas]

NOTA XXIV

a la derrota o ley severa mi
alma sabió perder respeto/te amo/
cruza mi alma la agua fría donde
flotan los rostros de los compañeros

como envolvidos de tu piel suave
o lámpara subida delicada
para que duerman delicadamente
subidamente en vos/llama que nombra

a cada sombra por su nido/dicha
o soledad de fuego para amor
donde descansen bellos mis muertos

que siempre amaron rostros como vos
donde tu rostro avanza como vos
contra la pena de haber sido/ser
[de Notas]

EN LA CARPETA

Tomé mi amor que asombraba a los astros
y le dije: señor amor,
usted crece de tarde, noche y día,
de costado, hacia abajo, entre las cejas,
sus ruidos no me dejan dormir, perdí todo apetito
y ella ni nos saluda, es inútil, inútil.

De modo que tomé a mi amor,
le corté un brazo, un pie, sus adminículos,
hice un mazo de naipes
y ante la palidez de los planetas
me lo jugué una noche lentamente
mientras mi corazón silbaba, el distraído.
[de Gotán]

ARTE POÉTICA

Entre tantos oficios ejerzo este que no es mío,

como un amo implacable
me obliga a trabajar de día, de noche,
con dolor, con amor,
bajo la lluvia, en la catástrofe,
cuando se abren los brazos de la ternura o del alma,
cuando la enfermedad hunde las manos.

A este oficio me obligan los dolores ajenos,
las lágrimas, los pañuelos saludadores,
las promesas en medio del otoño o del fuego,
los besos del encuentro, los besos del adiós,
todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre.

Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos
rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.
[de Velorio del solo]

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Por qué lo titulas "Contra los perros del olvido"?

Andrei Distrievich dijo...

Es el último verso del poema de Gelman "Nota XXV", reproducido en esta entrada. Además, Gelman, por sus circunstancias vitales (su hijo y su nuera fueron secuestrados y asesinados durante la dictadura de Videla), dedicó gran parte de su obra y de su vida a luchar precisamente contra los "perros del olvido": el esclarecimiento de la suerte de los desaparecidos durante la dictadura.