Desde su voluntario exilio suramericano, Andrei me envía esta nueva nota y una pequeña antología de un poeta argentino del que no tengo otra noticia que la que me ofrece mi amigo. Al leer sus líneas, advierto que nuestra poesía (en todas las lenguas) es tan extremadamente manierista y ensimismada que parece que no nos separe solo un océano sino todo un siglo en el que aún no hemos entrado:
Unas notas sobre Guillermo Bianchi, por Andrei Distrievich
Poco sé decir de Guillermo
Bianchi. Que nació en la ciudad de Buenos Aires en 1970. Que ha ganado y ha
sido finalista de varios premios de poesía. Que publicó el año pasado el libro
de poesías La luz de los vencidos
(Enigma Editores, 2012). Que acabo de leer ese libro.
Para Laura Yasan, autora del prólogo, el libro «transita una
poética de un fino clasicismo que explora lenguajes coloquiales en tono de
confidencia [...] y también caminos alternativos de ruptura y experimentación».
Los rasgos experimentales a que Laura Yasan se refiere son de naturaleza
lingüística sobre todo, como la incorporación de algunos neologismos y también
algunas construcciones sintácticas desacostumbradas, y favorecidas la mayor
parte de las veces por la ausencia de puntuación. En cuanto al «fino
clasicismo» notado por la prologuista, es una afirmación poco argumentada
aunque evidente incluso en una lectura superficial del libro: una equilibrada
combinación de versos cortos y largos, que nunca llegan al versículo porque se
someten a laxos pero suficientes requisitos métricos (abundan los
endecasílabos, heptasílabos, alejandrinos y versos afines), la tendencia a la
brevedad en los poemas y a la contención en la expresión.
Lo mejor de La luz de
los vencidos –como si lo dicho no fuera ya más que suficiente– es su
cercanía, su equilibrio (pese a la gesticulación romántica de algunos de sus
poemas, como «Orfandad» y «Objetos varios», que copio abajo) entre la
transcendencia y el decir cotidiano y personal, su retórica casi coloquial
(Guillermo Bianchi frecuenta la antítesis, los paralelismos y la anáfora, bases
de la poesía popular) y su léxico sencillo pero a la vez cargado de
significaciones a veces insólitas en el poema, sin llegar más que a un mesurado
surrealismo –en el poema «El orden de las cosas», por ejemplo–, al alcance de
cualquier lector de poesía.
En cuanto a los temas, aunque la propia poesía, el paso del
tiempo y el recuerdo de lo perdido –el tono elegíaco es frecuente– aparecen con
insistencia, el amor es el que domina, un amor acabado, el de "los
vencidos", que persiste aún, sin embargo, con una luz que ilumina algunas
líneas y oscurece otras, convirtiendo cada poema en un juego de claroscuros
hasta su final, desesperado a veces (un amor como una cuerda que
"repentinamente / se enredó en mi garganta") y animoso otras
("todas las realidades me parecen ficticias / todas las utopías me resultan posibles”).
El
orden de las cosas
los muros los
escombros me transmiten recuerdos
obedezco al lenguaje
del cristal que trepida
respondo al juramento
desleal del relámpago
la simple observación
de una canilla
me provoca un intenso
sentimiento de ahogo
el fuego vaticina mi
futura memoria
los relojes me llevan
de modo inevitable
a treparme a la copa
de los árboles
para lanzar mi
aullido a la intemperie
toda consternación me
pertenece
toda felicidad me
contradice
el silencio lastima
mis oídos
contemplo horrorizado
la belleza del día
y persigo a mi sombra
para no despistarme
soy el ojo que rige
mis bruscas mutaciones
el barco que
establece sus propias tempestades
todas las realidades
me parecen ficticias
todas las utopías me
resultan posibles.
Mar
adentro
el mar toda una vida
a la intemperie
toda una vida el
corazón cerrado
al no ser mar qué
breve la mención de tu nombre
yo que nunca lloré
bajo una nube
ni recorrí las costas
del espanto
te hago cárcel de mí
labio a mi copa
en un mundo que goza
desenterrando espadas
rodeándome de perros
la memoria
el mar respira en vos
y es como un rezo
como una crisis que
jamás descansa
y no te haré saber
qué interminable
qué árido terreno
transita el que no duerme
el que profana tumbas
buscando su cadáver
el que flota en las
aguas del dolor y la culpa
yo soy un rumbo
aparte
el mar me condiciona
a tu paisaje
y la noche me busca
vivo o muerto.
Conclusiones
este amor que no
empuño ni reclamo
este deseo que
resguardo en vos
como una medallita de
la suerte
este amor de
sonámbulos y espías
de aliento contenido
de sangre en
movimiento
una sombra pegada a
la pared
trepando por la furia
del espejo
amor que no es abrigo
ni sábana
ni oxígeno
sino una cuerda
que intenté sujetar
para no ahogarme
y repentinamente
se enredó en mi
garganta.
Orfandad
hace noches que
arrastro este cadáver
hemos bebido juntos
del furor y la bruma
hemos acariciado la
muerte a contrapelo
aliviado el dolor en
madrigueras
donde la realidad
pasa de largo
un ala negra sobre el
cielo puro
batiendo contra el
pecho
su avidez de
relámpago
casa por casa fuimos
a derramar la hiel de
nuestra angustia
hemos visto la calle
sin ventanas
donde van a besarse
los suicidas
antes de
transformarse en certidumbre
hemos amanecido con
un tiro en la frente
y un puñal escondido
en la garganta
hace noches que
intento abandonarlo
envolverlo en mi
abrigo
y acostarlo en su
espanto
como quien deja a un
niño
a los pies de una iglesia.
Objetos
varios
En cuánto ardor ardí
de puro tigre
cómo fui piedra cómo
explosión de vos y no te odié.
¿Qué noche qué prisión no he contenido?
cuánta tersura sabe
la memoria del tacto
cuánto ahínco la
llave del deseo
que me volvía perro
entre los perros
continuación de
vos bruta herramienta.
¿Qué diente no me
atina
qué enemigo no he
visto en cada espejo?
yo talismán yo néctar
yo carnada
para la red voraz de
tu apetito
acéfalos tus
labios más soplo reclamaban
más huella más renuncia
más prodigio
cómo fui viento cómo
región de vos y no te odié.
¿Qué acero qué fantasma no me hiere?
yo carne yo derrumbe
yo testigo
del odio abandonado
en su dilema
del amor enterrado en
su proeza.
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