viernes, 21 de diciembre de 2012

Los trabajos perdidos

No me avergüenzan mis actos pasados. Tampoco me enorgullecen. Son patrimonio de aquel que fui y que ya no se parece a mí, por suerte o por desgracia.

Hace años hice afirmaciones que hoy rechazo, refuté ideas que hoy comparto, escribí palabras que hoy evito, libros que ahora me dejan indiferente. Una de esas cosas que escribí y que ya no se parecen a mí y que incluso no recuerdo ni por qué ni cómo pero sí dónde es el poema que hoy reproduzco aquí. Me lo pidieron unos jóvenes estudiantes de Tarragona que no cayeron en la cuenta de que yo era poco mayor que ellos, tal vez solo porque parecía más serio –en realidad más serio de lo que parezco y soy ahora y mucho menos, me temo, de lo que intuyo que llegaré a ser con los años– o porque había ganado recientemente no sé qué premio literario.

Accedí de buen grado porque me lo pidieron con infinito respeto, ya que ignoraban que yo no compartía de ningún modo sus presupuestos poéticos. A mi vez, yo ignoraba también los suyos, ya que me pedían escribir para el primer número de una revista –finalmente el proyecto llegó a completar hasta un «Número 4»– cuyo ideario aún no había sido concretado. Eran románticos, como corresponde a la edad (es una fase que yo me salté, pero quién sabe si finalmente tendré que tolerarla algún día, como la muela del juicio), y programaban actos en consecuencia, como un curioso «cicle d’accions poètiques». Por el mismo motivo, pretendían ser revolucionarios, y como suele ocurrir en estos casos, de un modo algo exclusivo: «La poesia és latent: vol sortir de les gàbies on dia rere dia resta en podrides biblioteques. La poesia és recerca, veritat, amor, provocació, qualitats que la fan massa útil, massa alliberadora. I [Título de la revista] s’ha erigit com a estandard [sic] de la resistència i la llibertat de la literatura, de l’agitació moral i intel·lectual.»

Representaron un buen papel en la anodina, cuando no institucionalizada –que es peor–, vida literaria de Tarragona, hasta que el proyecto llegó a su fin por falta de financiación y de implicación de las autoridades municipales, como suele ocurrir en estos casos.

En cuanto a mi contribución, que se limitó a un poema en ese número inaugural, no tiene disculpa:

Qué decimos cuando decimos

que se desvele la ficción, la trama
de un verso y otro día y otro verso,
que el amor sea sólo el amor,
no sus metáforas, sus énfasis, sus representaciones,
que el alma se desnude con el cuerpo
considerado en su ejercicio de ternura,
que el tiempo y sus relojes largamente ejercitados
sirvan para enseñar que la memoria sólo guarda fragmentos,
reflejo incierto del ayer y espejismo del presente,
aunque tal vez signo preciso del futuro
por el eterno retorno de los actos,
que en cada círculo completo de cadáveres
no se defina el límite de nada,
que a la aventura le suceda el orden
y que también el orden sea una aventura,
que al recuerdo de un día sin espacio
corresponda en el tiempo el espacio de un beso,
que se quite la vida con la muerte
como se quitan las penas con el vino,
que tú levantes en mi sueño
la arquitectura de otra luz más pura, de otro día más alto,
de una ficción mejor fundada,
y que brote un candor, una emoción serena
del desatado peso de las nubes,
ya que sin lluvia la piel no tiene cielo,
que cuando tu belleza, descubierta, se mire en el espejo,
sepa yo el simétrico modo de un gesto más humano,
y que tú comprendas mi más privado vértigo,
que tú recuerdes siempre esta concreta imagen de la nada,
que grites su latido, su repetición más profunda y precisa,
que sueñes tener piel hasta encontrarme vida,
que no confundas nada con su espejo,
que encuentren tus ojos y tus manos y tus labios la infancia de mi herida,
y que cualquier amor sea una buena excusa para seguir la farsa.

2 comentarios:

Blancaneus dijo...

"En aquel tiempo, buscaba los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad".
J.L.B,
Buenos Aires, 1969. (con respecto a lo que escribió en 1923)

Ramón Sanz dijo...

Exacto, como Borges, salvo por el desdén de sus palabras, que en este caso es verdadera acritud.