jueves, 24 de mayo de 2012

No sé si me explico

      Esta es seguramente la historia más insólita y divertida que nunca he oído. Conocíamos a los Bor de un viaje a la villa de Liré, aunque también es cierto que los tratábamos desde hacía ya un tiempo, que fue esa una de las causas –las demás no vienen al caso– que acabó propiciando nuestra primera visita, ese viaje que repetimos más de una vez más, y otras, y habíamos establecido con ellos unos lazos íntimos, habíamos empezado a tratarnos con una naturalidad tal, que lo amistoso se confundía con lo familiar, y ya no nos deteníamos a considerarlo. Mi mujer y yo habíamos tratado con Monsieur Bor y su esposa tan perfectamente como es posible tratar con alguien en circunstancias semejantes pero, ya que tampoco puede decirse que fueran especialmente desfavorables o peligrosas, en cierto sentido, igualmente podría afirmarse que no nos habíamos tratado de ninguna forma (en concreto).
      Supongo que esta es una situación únicamente posible con italopolacos –aunque sé de casos semejantes con hispanolituanos e incluso catalanopolacos–, de quienes, hasta hoy, que me dispongo a aclarar lo poco que no he olvidado todavía de aquella insólita y divertida cuestión, no sabía nada como combinación empírica, y sigo sin saber, excepto lo que sé de los Bor. Hace tres meses no había estado nunca en Liré y jamás había explorado a fondo el corazón de un italopolaco. De hecho, si lo pienso con detenimiento, tal vez nunca lo haya explorado nunca verdaderamente, porque la verdad es que lo que uno busca y lo que uno encuentra casi nunca son la misma cosa, aunque sí que es verdad que he estado muy cerca, hasta que una pequeñez, una insignificante desgracia de dimensiones extraordinarias, interrumpió nuestra... Pero eso es otra historia, o lo parece, o no quiero desviarme demasiado del tema.
      La señora Bor tenía una obstinada fijación por aquellos a quienes, con su gracioso acento polaco –tengo que admitir que no sé en qué consiste tener acento polaco, pero he llegado a deducir que, siendo ella polaca, deber de ser el suyo–, con su acento polaco digo, que es gracioso sobre todo porque parece etílico, no se cansa de llamar –y lo dice en español porque me parece que le gusta la jota, aunque nunca lo ha admitido abiertamente– pijos, pijas. Y es curioso, y no deja de serlo por más que analizo la cuestión, porque a veces yo he pensado que también ella es un poco pija. Pero, bueno, es diferente. Es pija de una manera natural, asertiva, como puede serlo una rosa sobreviviente a un tardío temporal de viento y nieve en un jardín completamente arrasado, o como puede serlo también un pequeño patito que se echa a nadar en un estanque por libre, mientras su mamita lo llama al orden desde la orilla. También es curioso porque uno de sus escritores favoritos, a quien no para de citar –recuerdo por ejemplo, así, a bote pronto, aquello de que “la comicidad se vuelve impredecible cuando se despliega más allá del seno sagrado del hogar”–, su compatriota Tadeusz Twarzjajkowski, es también bastante pijo, y uno de los más entrañables amigos de los Bor, a quien se refiere precisamente esta historia que quería contar y que finalmente dejo para otro día, porque se me está haciendo tarde, es también, a su manera, un poco pijo.
      La historia que, como digo, ya contaré, me la refirieron los mismos Bor hace un tiempo, aunque he tenido que hacérsela repetir tantas veces, debido a mi mala memoria y mi escasa habilidad para referir cualquier historia de un modo ordenado, que ahora que por fin he resuelto narrarla, y para no incurrir en estos mismos defectos, me da cierto apuro volver a pedirles que me la cuenten. Pero confío en su enorme benevolencia y en su adorable pasión por contar historias, que creo que me han contagiado.

martes, 22 de mayo de 2012

Me imagino la escena


La verdad es que estaba todo un poco oscuro. Luego Ramón me preguntó que quién, y yo que sí, y que de algunos ya no sé, pero que importa que muchos, y que bien. De lo que dijo el profesor aquel tan majo ya casi no me acuerdo, dijo algo

de forma, de tensión y significa
y de presentimientos ejemplares,
siempre siguiendo ritmos regulares
que –dice el profesor– siempre fabrica,

minucioso juglar, de mica en mica,
ya desde aquellas horas singulares
que fueron lluvia y hoy prodigios pares...
Y así siguió hasta casi el pica-pica.

            Algo entendí también de paradojas, y de ironía hermética, de todo lo demás no acierto el nombre. Después de la lección vino la práctica, en forma de lectura, mas tengo que advertir

que antes que el verso fue el reverso. Aclaro:
el vate hizo inicial, mas con juicio
(y dejó la dicción al don preclaro

de una voz femenina y con oficio),
la aclaración primera, aunque fue raro,
y la lectora confirmó el indicio.



            No apareció –y creo que muchos ya lo sospechaban– el doctor Màrius Llop, aunque se habló profusamente de él. Una apasionada lectora de poesía, me comentó el propio Ramón Sanz, se sintió doblemente apenada en relación a tan formidable, descomunal, inmoderada ausencia. No me decido a explicarlo, por temor a suprimir o añadir nada a la realidad, y prefiero solo transcribir la breve conversación. Por la misma razón, me excluyo totalmente como narrador:

[La escena se desarrolla en la mesa donde la presentación acaba de tener lugar y donde el autor atiende por turno a diversos lectores y amigos que se han acercado a saludarlo. La primera persona en acceder al autor, que en este momento no es autor sino actor, si es que no lo es siempre, es la apasionada lectora]

LA APASIONADA LECTORA: Me ha gustado muchísimo, y ya ves, ya he comprado el libro y vengo a que me lo firmes. Pero qué lástima, ¿no?
EL AUTOR: ¿Lástima de qué?
LA APASIONADA LECTORA: Del pobre doctor, claro. Entonces, ¿se quemó? Pero suerte que te dio a ti los poemas.
EL AUTOR  [Descolocado, intenta seguir la broma]: Ah...sí...
LA APASIONADA LECTORA: Pero de todas formas, tú los has corregido mucho, o has añadido, porque hay mucho, mucho de ti en este, ¿eh?
EL AUTOR: Es difícil de explicar. Desde cierto punto de vista, no he corregido nada, pero...
LA APASIONADA LECTORA: ¡Espera! ¡No me digas! ¿El doctor...?
EL AUTOR: Exacto, pero no te preocupes, hoy no vendrá.

            Ruido de copas entrechocando, abandonos discretos y aislados que rehúyen el más mínimo intercambio de palabras y aun de miradas, conversaciones animadas al fondo de la sala, que van dando paso poco a poco a calurosas despedidas... y en el aire un olor ligero de delgados aromas femeninos mezclado con –sé bien que no tiene sentido– otro más intenso como de neumáticos quemados y metales limados.

martes, 1 de mayo de 2012

Herida

Ensayo un ejercicio de inversión libre, en forma de casida, sobre un poema de la misteriosa “Blancaneus”, «De nuevo». Tal vez esta parcial apropiación haga que por fin confiese quién se esconde tras su seudónimo:

Herida

En mis manos la luna desespera
esa boca que calla su dulzura
antes de entrar en casa, sin color, de fuera
(donde la noche muere) adentro, al alba pura.

En ti las sílabas del tiempo hablan desnudas
sobre la piel aún no nacida
de un sueño en que las horas mudas
son casi hipnosis, son olvido, herida.

Susurro el nombre de tu cuerpo ausente
y sé que no vendrás (cuando te has ido, una
plata oscura bajaba de tus manos, fuente
de muerte blanca de la larga luna).