sábado, 15 de octubre de 2011

Teseo, Minotauro

Toda empresa humana es igualmente deleznable, solo su ejecución no lo es, escribió alguna vez Thomas Carlyle. He llegado, al parecer, a un callejón sin salida por lo que se refiere al destino de Màrius Llop. No he podido por el momento ir más allá en mis investigaciones a partir de los leves indicios de que dispongo. Aún no sé si Mario está vivo o si realmente murió en el incendio. Todos mis esfuerzos han sido igualmente infructuosos. Solo me queda la pasión de la búsqueda, mientras permanezca todavía el recuerdo del propio Mario, cuya imagen se va desdibujando casi imperceptiblemente pero sin pausa en mi memoria, como me escribe Conxita en un soneto:

Ese imperfecto espejo, la memoria,
con una nitidez sutil y ambigua
devuelve una mirada tan antigua
y eterna como el giro de una noria.

Mas con el tiempo se apaga perdida
y frágil en el claro de su luna:
su imagen que es ya sólo una laguna
también se borra, al fin, tras de la vida.

Solo su esencia permanece fija
y surge de un reflejo que pervive
a pesar de las ruinas y el declive
desde el fondo profundo del que es hija.

Y esa presencia casi ausente, bella,
ese último matiz, esa es su huella.

Conxita Jiménez

Se ha convertido, ciertamente, en una ausencia que no deja de ser una constante presencia, la de Màrius Llop, y una presencia que no deja nunca de desvanecerse. Infinitamente, tal vez, como si se tratase de una paradoja eleática en que Aquiles nunca da caza a la tortuga, la flecha disparada permanece indefinidamente detenida y jamás hiere a su víctima, condenando con su inmovilidad a la ficción o a la nada tanto al arquero como a la víctima, la misma paradoja en que el autor jamás alcanza a su obra.
Así, después de un largo y humilde trabajo de elucidación de los manuscritos que Màrius me envió desde su última residencia confirmada y de una, admito que completamente personal y seguramente arbitraria, selección de los originales, estoy en disposición, por fin, de ofrecer una primera muestra de la obra poética del doctor Màrius Llop, que imprime en Barcelona Viena Edicions, con el título Els pressentiments exemplars, y de la que muestro aquí una imagen de la cubierta:


De acuerdo con mi interpretación de las intenciones del doctor acerca de su obra, de su completa repugnancia a la fama y de su anonimato vocacional, es mi nombre y no el suyo el que aparece en la cubierta. La atribución de la autoría del libro queda desde luego fuera de toda duda ya en las páginas iniciales del libro, en la Nota preliminar, de la que reproduzco también, por el mismo método, las líneas finales:


Un hombre -escribe Borges- se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara. Si existía un propósito semejante en las páginas que Màrius Llop dejó escritas, sin embargo, la imagen final es solo el resultado de un laberinto sin salida, un laberinto donde el perseguidor es también el perseguido, Teseo y Minotauro al mismo tiempo, y donde, al otro lado del hilo, no encontramos a Ariadna sino otro laberinto donde el perseguidor es también el perseguido, Teseo y Minotauro al mismo tiempo...

sábado, 8 de octubre de 2011

No las damas, amor, no gentilezas

Demasiado tarde, me temo, recuerdo ahora los versos iniciales de La Araucana de Alonso de Ercilla:

No las damas, amor, no gentilezas
de caballeros canto enamorados,
ni las muestras, regalos y ternezas
de amorosos afectos y cuidados;

Si, como él, yo también hubiera desdeñado el camino de Ariosto en el Orlando Furioso (Le donne, i cavalier, l'arme, gli amori,/ Le cortesie, l'audaci imprese io canto), no me habría entregado seguramente a la fantasía de creer haber encontrado a la "Elisa" de Mario Loppo con el solo indicio de un cabello apartado de mi barba.

Siempre me quedará una duda, claro, pero se trata solo de una incertidumbre acerca de la naturaleza de mi imaginación, no de la realidad. Entendí que era así cuando por fin me decidí a llamar a la casa rural donde había pasado el fin de semana al que me refería en la última entrada. Se puso el dueño. Bastó identificarme como miembro del equipo de redactores de la Travel to Nowhere Magazine para averiguar lo que quería: que no conocían a ningún Mario Loppo, o Lupo, Lobo, Llovo, Màrius Llop ni a nadie con esa descripción que hubiese acabado en prisión o en un manicomio, que su mujer se llamaba Teresa y no Elisa y, lo más importante, que llevaban solo diez meses en el negocio, como alojamiento rural, porque se dedicaban, antes de la reforma y acondicionamiento de la misma finca, a la cría de pollos.

Así que la unidad completa de mi delectación en una perforación con el propósito, no satisfecho, de hallar el líquido elemento o, como se suele decir más vulgarmente aunque no con defecto de gracia, todo mi gozo en un pozo. Pero no por mi fracaso o por mi error me arrepiento ni me avergüenzo ni cede el entusiasmo de mi indagación. Mi querido amigo Mingo, que tanto me conoce y me comprende, no ha querido dejarme solo en esta decepción y me envía un simpático soneto para consolarme, que no puedo dejar de transcribir aquí, con todo mi agradecimiento:

¿Por qué razón no ves, amigo mío,
que en lo vulgar que tizna y embrutece
anidan dioses, ninfas y unas trece
potencias que blanquean su atavío?

Pues cada cosa quiere en su albedrío
mirar a quien y a donde le apetece,
mirar mirando siempre si acontece
otro mirar que mire sin desvío.

Y te miró mujer de triste hechura
y te evocó, al paso por tu vera,
dejar tu vista puesta en su hermosura.

Mas, vuelta tu mirada a su juntura,
ni tan siquiera viste que ella era
el Màrius Llop de tu literatura.

Domingo Monlleó